Coged vuestras gafas de pasta, los pantalones más ajustados y coloridos que tengáis en el armario y una buena camisa de cuadros porque hoy volvemos a Malasaña, la zona cero del hipsterismo madrileño. Nos vamos a comer de menú (10,9€) hasta el Circo de las Tapas.
El Circo de las Tapas es un local con nombre sugerente y decoración vistosa escondido en el Tribal, concretamente en la Corredera Baja de San Pablo, una calle que resiste estoicamente los envites de la crisis, donde los locales están a reventar y el reservar una mesa aún tiene sentido. Por la noche las tapas tienen fama y nada hacía augurar la catástrofe limonera que se avecinaba al comer de menú. El local tiene varias salitas, una de ellas con forma de terraza interior, cómoda y perfecta para un té bullicioso.
La ambientación es de eso que han venido llamando kitch, vease, mesas de madera malpintadas de colores claritos, alacenas antiguas donde guardan los cubiertos, colorines y cosas (en genérico) colgadas de las paredes. El servicio es simpático, sobre todo la encargada una chica de peto vaquero y sonrisa resplandeciente que apaña como puede los desaguisados que van surgiendo. De menú teníamos champiñones rellenos de jamón, que no nos llamaron la atención. Fajitas de ternera al Chili que no estaban malas, no aptas para poco amantes del pimiento, un poco frías y envueltas en unas tortillas de trigo tan artificiales que les hacían perder muchos puntos. Y un potaje de vigilia con bacalao de espanto, los garbanzos eran de bote insípidos, el bacalao debía de ser en esencia porque no nos tocó ni un triste pedacito y aquello de potaje no tenía nada… más que de cuaresma aquello parecía de régimen. Para los segundos tuvimos que armarnos de paciencia, cuarenta minutos de reloj esperando por ellos.
Los camareros no daban a basto, se quedaban sin cubiertos… a este circo le crecían los enanos. Nos ahorramos la carne mechada con patatas y pedimos una dorada a la espalda con verduritas que olía a ajito y venía con la espina crujiente, tenía buena pinta pero aquello no sabía a nada. Si en vez de dorada hubiera sido corchopan no hubiéramos notado la diferencia.
El pollo a la parmesana eran unos cutres filetes de pechuga empanados con patatas de verdad que no venían fríos, venían congelados, la idea de llamar a algún camarero para que al menos lo calentase, viendo el tiempo que tardaron en llegar lo descartamos de entrada, más valía pollo frío que salir de allí con hambre.
Los postres no eran malos pero buenos tampoco, el tatín de manzana (golden) era excesivamente dulce, de esos que sientes que se te caen los dientes y la tarta de queso era pura nata montada con galleta. Es verdad que no fue excesivamente caro, pero por ese dinero se pueden comer muy buenos menús. Los primeros eran malos y los segundos se llevaban la palma. El caos que tenían no les ayudó… y la buena fama tampoco. Comimos mal y lento… eso les cuesta un limón y medio.