De Lima a Limón

Crítica – cítrica


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Algo más que comida… cinco restaurantes peculiares.

Ahora que la cebolla caramelizada nos ha invadido, que la «burrata» o su prima lejana aparece en las cartas como setas y que la carne de Kobe no es un secreto ni para el bar Manolo esto de diferenciarse está más complicado que nunca.

Los locales compiten por ser el más «cool«, el más «Kitsch» y el más «vintage«… atraer a hipsters, gastrohunters y demás fauna tiene su intrínguilis. Mi abuela siempre decía aquello de «si es que ya no tienen qué inventar» pero ya sabemos que es mentira, igual que todo puede ir a peor, Oh Señor Murphy ten piedad de nosotros, también sabemos que la capacidad de inventar y reinventar del ser humano es infinita.

Buena prueba de ello son los nuevos restaurantes que están surgiendo en el mundo mundial, incluso algunos de ellas ya han llegado hasta la Capitol City Española. Aquí va una lista de los cinco más peculiares… no están todos los que son pero sí son todos los que están.

Empezamos por los restaurantes en silencioEl primero que se ha dado a conocer está en Nueva York, la zona cero de la mayoría de estos experimentos. Se trata de un restaurante normal que una vez al mes organiza una comida en silencio, por 40 dólares el chef te sirve un menú cerrado de cuatro platos que espera que disfrutes con los cinco sentidos… nada de andar comentando con el compañero de mesa, como mucho… gestos.

La idea se le ocurrió al hombrecillo tras pasar una etapa con unos monjes budistas que tenían voto de silencio. Hay que reconocerle que tienen papeletas para que organicemos allí la próxima comida de navidad, os imagináis una reunión familiar sin gritos entre los cuñados?

Y en la línea del silencio surge este restaurante en Ámsterdam, donde sólo encuentras mesas de uno. Al parecer, la dueña estaba cansada de comer sola en restaurantes y sentirse un bicho raro… eso que los angloparlantes definen como la diferencia entre estar «alone» y sentirse «lonely» y lo solucionó tirando por el camino de en medio, creando un restaurante donde sólo hay mesas individuales.

Aquí comer cuesta 35 euros, y también te dan cuatro platos… lo que no nos queda claro es si está permitido hablar con el de la mesa de al lado. Yo ya me lo imagino, encuentras al amor de tu vida en la mesa de enfrente y nunca podréis hacer eso tan peliculero de volver al restaurante de la primera cita, al menos, no sentándoos en la misma mesa.

Otro de los restaurante peculiares son los nudistas, claro está que habiendo pueblos nudistas, tendría que haber restaurantes. Estos no tienen menú cerrado y los hay de todo tipo, lo único importante es que debes acordarte de llevar un pañuelo de seda para poder sentarte sobre él… la higiene ante todo. Eso y que, por el mismo motivo, los camareros son los únicos que tienen permitido ir vestidos.

Y como restaurantes curiosos tenemos los relacionados con las mascotas… desde los pet friendlys donde Boby es más que bienvenido e incluso recibe una galleta al nivel superior… los restaurantes para perros. El Belly Rub Cafe está en Kinston y fue montado por un veterinario que nunca llegó a ejercer porque después de haber terminado la carrera descubrió que tenía ailurofobia, que en cristiano viene a ser, tener un miedo irracional a los gatos. Muy lógico todo.

Pero lo importante, aquí los perros se sienten como reyes, camareros humanos les sirven e incluso beben en copas, lo mejor de todo es la programación de la tele del restaurante, desde Lassie a Rex pasando por Rin Tin Tin, héroes caninos de primer nivel.

Y rematamos con el nuevo furor japonés, que se extendió a las américas y ha llegado hasta Madrid, las Gatotecas, o los Cat Café. Un lugar donde pagas entrada y tienes derecho a una consumición y a adoptar a un gato un ratito… acariciarlo y darle de comer.

La idea viene de que en japón lo de tener mascotas en casa no es tan sencillo así que crearon estos lugares donde podías compartir un animalillo… Qué queréis que os diga, la idea de esos pobres bichos sobados y cebados a mí, me da que pensar. Todo sea por copar un nicho de mercado… y arañar unos clientes. Mau!

Delima

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ZHOU YULONG… el chino de Plaza de España. (Madrid)

Seguimos con la visita a los clásicos madrileños, hoy nos metemos en los subterráneos del parking de Plaza de España de Madrid para comer uno de los chinos más chinos de todo el país, el Zhou Yulong (para los amigos, el chino de Plaza de España).

Corría el año 2008 cuando escuché hablar por primera vez de este lugar, yo estaba pasando unos días en Nueva York y mi mudanza a Madrid era inminente, una de las madrileñas que allí conocí me hizo un recorrido súper completo de sitios que no me podía perder, por desgracia, cuando llegué a la capital con mis maletas sólo recordaba uno: El Chino de Plaza de España. Pero fui, y vaya si valía la pena.

Este chino es particular para todo… para empezar no se ve, se huele. Cuando uno no lo conoce y pasea por Plaza de España siente un olorcillo, como a fritanga pero más rico y puede entrar en ese bucle de no saber de dónde viene, increíblemente viene del parking, y es nuestro chino. Sí, la gente que come tuppers de fideos en la hierba también le ha hecho una visita a nuestros amigos de hoy.

Decir que el local es cutre es extremadamente generoso, es un bar rancio de mala muerte aunque con luz y sin señores sentados en la barra con palillo en los dientes bebiendo un sol y sombra. Dicen que es el chino de Blade Runner y nos lo creemos, tiene muy poquitas mesas y, aunque tiene mucha rotación, es raro que haya hueco y lo más frecuente es que haya cola. Eso sí, aunque estés en la cola puedes aprovechar para ir pidiendo y poder llevártelo.

La comida no es que sea rápida, es que es inmediata. Tú lo pides y antes de que puedas parpadear tienes el plato echando humo encima de la mesa, palabra de limonera que esto no es exageración. Supongo que tener una carta tan cortita ayuda mucho.

Chino de plaza de españa

Hay que reconocerles que la comida está muy rica, las empanadillas a la plancha son espectaculares y caseras la salsa de soja ácida con la que las acompañan ya no me gustó tanto, por cierto, cuidado con el ansia, vienen muy calientes. Los tallarines fritos están muy pero que muy ricos, no tienen nada especial pero… son diferentes. Los fideos de fécula de batata son una cosa distinta y por tanto, recomendables, os hablamos de ellos en la entrada sobre comida coreana de la semana pasada .

También probamos las costillas de cerdo dulces (5,50€), la verdad es que no sé por qué nos empeñamos en comer costillas en los restaurantes chinos… algún día aprenderemos y las dejaremos para los americanos que son los que tienen  mano con los huesitos.  La ternera con verduras sí que estaba realmente rica, la clave son las verduras, tenía berenjena, tirabeque, ajetes y raíz de loto, hay vida más allá del pimiento verde y la cebolla!!! Al arroz frito le pasa lo mismo (3,95€) la diferencia la marcan las verduras y que está suelto.

No es el mejor chino del mundo, igual que el bar Manolo no hace las mejores bravas del universo, pero el hecho de que sean tan auténticas les da valor. Comer fideos mientras en la tele pasan millones de videoclips chinos con su letra apta para Karaoke, mola. Que tengan porras en la barra no deja de ser gracioso. En cuanto al precio, habiendo comido bien y probado unas cuantas cosas fueron unos 12 euros por cabeza, no es extremadamente barato y menos para estar en un parking, pero la comida y la experiencia valen la pena y una lima y media.


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Furanchos e meigas, habelas, hainas.

Queridos limoneros, se hace saber que en Galicia ha comenzado la temporada de Furanchos! Y muchos diréis… qué carallo es un «furancho«? Pues aquí va la respuesta a todas vuestras dudas.

Un furancho es un local de temporada donde «en teoría» se venden los excedentes del vino de las casas particulares. Sí, incluso a día de hoy, en el rural de Galicia es muy habitual que se produzca vino para autoconsumo, la época de la vendimia es temida porque todos los familiares (por muy lejanos que sean) son llamados a filas para deslomarse durante un fin de semana recogiendo las uvas antes de que la lluvia acabe con ellas. Incluso algunas familias han hecho de la necesidad virtud y han conseguido convertir la vendimia en una fiesta… pero eso es otra película.

La cuestión es que muchas veces se producía más de lo que se podía consumir y buena parte de ese vino, acababa convertido en vinagre. De ahí nacieron los «loureiros» unas casas particulares donde los amigos llevaban algo de comer y acababan con las reservas existentes. Para señalar la casa colocaban ramas de laurel (loureiro en gallego) y de ahí les vino su primer nombre.

Pero como todo en la vida, la cosa fue evolucionando, los que primero eran amigos, acabaron siendo los amigos de los amigos de los amigos y finalmente, fueron unos señores que «pasaban por allí». Y lo que al principio era que los amigos llevaban las viandas, se acabó convirtiendo en que los propietarios del vino acababan vendiendo los «excedentes» de los huevos de las gallinas de casa o de la matanza del cerdo. Ahí nacieron los furanchos.

En general los furanchos se esconden en los garajes, las paredes son de bloque de hormigón y el suelo suele ser de tierra, todo de lo más «enxebre» (una mezcla entre auténtico, cutre y castizo a partes iguales). Puede que comas en la mesa de formica de la cocina jubilada y que esté la ropa tendida a tu lado… pero lejos de espantar, la cosa tiene su encanto.

Supongo que a estas alturas ya os estaréis imaginando que esto de legal tiene poco. En realidad es alegal, por supuesto, Hacienda en casa de estos señores no ha entrado nunca y Sanidad.. quizá tampoco, pero lo compensan con aquello de que es «como en casa«. Esta competencia desleal a los hosteleros no les ha hecho nunca ninguna gracia, eso llevó a un intento de regulación por parte de la Xunta, que acabó siendo derogado en 2010. Son ciudad sin ley.

Eso sí, no penséis que todos son iguales, aquí también hay clases. Están los auténticos de toda la vida cutres hasta morir pero donde los huevos aún son de casa, la cocinera se confunde con tu abuela y los chorizos fritos son ma-ra-vi-llo-sos (aunque puedan estar repitiendote durante una semana) y los más profesionalizados que han perdido encanto, ya no venden su vino sino que le compran a todo el vecindario y el menú se amplía al churrasco, bacalao, calamares… y se ha llegado a ver incluso cupcakes. (verídico).

Lo que es común a todos ellos es el vino en cunca, la posibilidad de ponerte ciego por menos de 10 euros y el acabar cantando con señores de las mesas de al lado a los que no conoces de nada. Principalmente, esta canción.

Las principales zonas furancheiras están en las Rías Baixas y Redondela es su zona cero. La zona de Betanzos en A Coruña tampoco se queda atrás. Lo más difícil es localizarlos, suelen estar escondidos en medio de canicouvas (callejuelas estrechujis en medio de la nada) y las indicaciones que te pueden dar son poco menos complejas que las de un mapa del tesoro cifrado pero llegar tiene su recompensa. No conozco a nadie que haya ido un furancho y no haya disfrutado como un enano.

Si buscáis un turismo gastronómico auténtico, empezad a planificarlo, la temporada dura hasta junio.

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Comida filipina en El Cavvalen (Madrid)

“Cuando me ven sosteniendo un pescado, pueden ver que me siento cómoda con los reyes, así como con los pobres” Imelda Marcos, cleptómana dictadora consorte de Filipinas entre 1965 y 1986

Últimamente ha salido mucha información sobre las Islas Filipinas en la prensa por el desgraciado tifón Yolanda sucedido este mes. Sin embargo la historia de Filipinas es mucho más larga y durante tres siglos y pico padeció la ocupación colonial española, que unió en una misma nación las 7.000 islas del archipiélago bajo una administración común y a cambio les dejó el catolicismo como religión mayoritaria, un gazpacho de idiomas (doce) y una gastronomía mixta hispano-asiática con múltiples palabras en castellano.

Tras tantos años de presencia española, los filipinos adoptaron las paellas, lechones, chorizos, escabeches y adobos y que tienen esta denominación en los distintos idiomas que se hablan en las islas. Como en la mayoría de países asiáticos la base de la comida filipina es el arroz, aunque la influencia china se nota en sopas y noodles, sin embargo el peso del pescado es muy superior a la de otros países del entorno.

En Madrid hay un pequeño restaurante filipino cercano a la Puerta del Sol donde la decoración deja bastante que desear, (dos bufandas futboleras: del mejor equipo de la ciudad y de los llorones, un gato dorado sindicalista y una tele enorme), pero donde la comida es francamente sabrosa.

El menú del día cuesta 7 euros y se compone de un aperitivo, un plato de arroz con comida y una bebida. Lo pedí con pork barbecue o lo que es lo mismo pincho moruno. El aperitivo era un pincho de tortilla de patata con cebolla caramelizada y estaba muy bien, y el pincho estupendo, pero sin embargo te quedas con ganas. El postre no viene incluido pero pregunté y me dijeron que había flan filipino lo cual fue una sorpresa positiva, espeso y muy bien presentado. Con flan y café, subió a 11 euros.

La nota le vamos a poner una lima, porque aunque la comida era buena y las camareras filipinas muy amables, sin postre, se me hizo escasa.

Consejo embidioso: Es un rollo pero pide que te traduzcan toda la carta. Por los nombres no te vas a enterar de lo que pides.

El Cavvalen, calle Bordadores 2 (Madrid) <M> Sol, Opera


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CASA GAZPARAGA… el que tuvo, retuvo pero poco (Vigo)

Hace unas cuantas semanas visitábamos El Turista, hoy seguimos en la misma línea y nos vamos a otro clásico de la ciudad forjado a base de resistir y resistir… El Casa Gazparaga en el arco de la Plaza de la Princesa de Vigo.

Estos locales tienen la capacidad de hacerte viajar en el tiempo, nada, excepto el uniforme del policía nacional que se comía un bocata de calamares en la barra, ha cambiado en los últimos 40 años. Bueno, eso, y los pobres dueños que han ido envejeciendo y, probablemente, perdiendo facultades.

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Las botellas de brandy siguen igual, la barra, las mesas con manteles azules… El dominio absoluto de la señora que obliga al marido a quedarse atrapado en los dos metros de barra… El trato familiar donde por un momento te parece que la señora que te convence para que te comas un cocido es tu abuela. Todo sigue igual pero las cosas ya no saben igual.

Todos los días hay pescado fresco, unas almejas a la marinera que tienen fama y unas navajas que, probablemente quiten el sentido, además, pese a la zona en la que está sigue siendo realmente barato, las raciones no pasan de 8 euros.


Tras la insistencia de la buena mujer pedimos una ración de cocido y una de bacalao cocido y a ambas cosas le pasó lo mismo, venían como lavadas, les faltaba sabor. El cocido era abundante, con mucha verdura (cosa que agradezco y que, en general, escasea) pero ya os digo que con todo lo que tenía (costilla, chorizo de cebolla, carnes variadas) debería ser una explosión de sabor que no fue. Para más inri, los garbanzos eran de bote.

Al bacalao le pasó tres cuartas de lo mismo, le sobró un día de desalado y, la verdad es que los dos trozos no eran de los mejores (demasiado finos) y, por tanto, harinososo… Eso si, el detalle del huevo cocido me llegó al alma y me hizo pensar que, realmente, estaba en casa.

Del postre mejor no hablar nos vendió tan bien la tarta de queso casera que hubo que probarla… Alguien debería sacar una ISO que dijera que aunque las tartas royal manchen cazuelas… Eso no las convierte en caseras.

En resumen, un buen sitio para comer si os pilla de camino, pero acordaos de nosotros y comed almejas y un pescado del día frito… Una experiencia de viaje al pasado, auténtico y de calidad pero donde el tiempo ha hecho que las manos de la cocinera no sean las mismas se mece una lima medio limón.

CASA GAZPARAGA: Plaza de la Princesa. 4 Vigo.


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EL MOLLETE…una taberna para volver y volver (Madrid)

Cantaba Gardel que 20 años no eran nada  así que los 30 que lleva abierta esta taberna tampoco deben ser mucho. En todo caso, sí da para volver y para convertirse en uno de mis lugares favoritos de Madrid. Del Mollete cuentan que fue una carbonería del siglo XVIII que perteneció al Marqués de Florida, por aquellos tiempos fue testigo de todo tipo de conspiraciones, contubernios y, sobre todo partidas de mus… Hoy tienen una de las mejores cocinas de la ciudad.

La taberna es mínima, mejor reservar y si se puede, ir pronto. Da igual el día de la semana, el mes… aquí ambiente nunca falta. De hecho ese es uno de los pequeños problemas que tiene este lugar… íntimo, lo que se dice íntimo, no es. Las mesas están bastante juntas y el espacio es reducidillo. Las paredes están llenas de fotos de Tomás (el dueño), muchas veces la cocinera y una retahíla de famosos que van desde Amenabar a  Francis Ford Cóppola. Si tienes un punto mitómano, este lugar te va a encantar.

A nosotros, los limoneros, lo que realmente nos encantan son sus platos. Entre semana tienen menú del día, unos 11 euros, platos ricos, hechos con cariño y con muy buenas materias primas pero si podemos elegir… mejor quedarse con la carta y con las especialidades del día.

Las croquetas de gorgonzola son maravillosas y los saquitos de queso de cabra ni os cuento… Pero hay algo que tengo que comer cada vez que voy por allí el atún rojo con salsa de soja y puerro frito, siempre consiguen que esté en su punto, el puerro crujiente que le ponen por arriba deberían venderlo en bolsas y desbancaría a los chaskis y las espinacas de la base son deliciosas. Vamos, que tenéis que comerlo.

El día que fuimos a comer tenían de especialidad risotto de setas y gambas buenísimo, con un arroz tierno pero al dente y con un sabor a queso inconfundible y un solomillo de ciervo con salsa de frutos rojos buenísimo, tierno, rico, perfecto… pero, he de confesar, que con un sabor muy fuerte para mi gusto.

Dejad algo de hueco para el postre, la tarta de queso (individual) que hacen es de lo mejor que he probado nunca. Las natillas que le ponen de acompañante le restan más de lo que le suman pero es, simplemente, porque es inmejorable.

En definitiva, el trato es maravilloso, el local está lleno de encanto, la comida es deliciosa y diferente y los precios rondan los 15€ por persona picoteando suficiente y compartiendo postre. En pleno centro, escondido pero perfecto para encontrarse dos limas que se van para el Mollete.

http://www.tabernaelmollete.com

C/ La Bola  4, Madrid.