En la entrada de hoy ponemos a prueba el Nakeima, uno de esos sitios que en cuestión de meses se han puesto en boca de todos. Era la segunda vez que lo intentábamos, la primera de ellas, ilusos nosotros, fuimos a las dos y media esperando mesa como si fuera un restaurante normal pero… nada más parecido a la realidad, la segunda vez sí lo conseguimos, aquí la crítica cítrica de nuestra visita.
En Nakeima caben 20 personas, 18 sentadas y dos de pie. Dan un servicio en cada turno, como lo estáis leyendo. Uno a la hora de comer y otro a la hora de cenar… ya que dos y dos son cuatro, un máximo de cuarenta personas diarias comen en Nakeima, una estrategia curiosa pero que les ha salido bien. Lo están petando! Las soluciones fáciles aquí no funcionan, no vale reservar, hay que plantarse en el local a eso de la una en la comida y a eso de las 20.15 en la cena y hacer cola. Si cuando llegáis la cola es de más de 20 personas… casi que no vale la pena ni que lo intentéis.
Si habéis sido madrugadores y suertudos un chico encantador saldrá con una libreta y te tomará nota, nombre y número de personas y te citará para las dos o las nueve de la noche. Así que te vas a tomar una caña, vuelves y esperas otra vez a que te llamen y te enseñen el rinconcito que han preparado para ti.
El sitio es simple y estrujado, fuimos los últimos afortunados y eso tuvo precio, nos tocó comer de pie. Un rollito muy StreetXo pero sin cubiertos de plástico, sólo con palillos. Pese a que es moderno e informal, en realidad, todo es muy civilizado, van tomando nota por orden… otro camarero más majo que el anterior te empieza a contar todo lo que tienen ese día desglosado por tipos, que si entrantes, que si niguiris, platos fuertes, platos más fuertes… el chico va anotando y te va encandilando como si fuera un encantador de serpientes y tú la cobra en la cesta. Tened cuidado o pediréis de todo, y lo peor, lo haréis felices.
Todo está muy a la vista, en la barra preparan un montón de platos y los demás los hacen en cocina que están detrás de ti, con unas cristaleras enormes. Todo transparencia. Así que más hambre que te entra. La comida sale a ritmo, si pides de todo no paras de comer y si hay algo que no has pedido, miras con carita de pena a los afortunados que la saborean.
De la comida, lo que menos nos gustaron los niguiris, como que aspiraban a mucho y luego no decían tanto, de entre ellos, el más rico, el ibérico, tocinaco del bueno sobre arroz japo. Lo que más, el tataki de pez mantequilla dulzón sabroso y marinado en miso, de morirse!!! Eso sí, la salsa recordaba peligrosamente a las caballas de David Muñoz. Pero confesemos que estaba todo de morirse, el rollito de primavera, casero y mezcla entre chino y thai era ñaaaam. El palo de pollo estaba super rico, la salsa era deliciosa y el momento en que el palo fuera un palo de Lemon Grass mordisqueable les hizo subir un montón de puntos limoneros.
El bocata de criollo era un poco «demasiado», momento chorizo (de buena calidad y no repetidor) mezclado con ensaladilla para «desengrasar», mi no comprender. guarrindongada total quizá tampoco muy recomendable. Lo que sí es recomendable es el Bocata de calamares en pan hervido, menuda delicia!! No os fiéis de las fotos de los «gastroreporteros» son unos mentirosos… en la foto parece enorme y luego el bocata es del tamaño de un polvorón. Y por último el curry de pollo. Picantito pero buenísimo.
La verdad es que no pudimos salir de allí sin haber probado el postre, una piña asada con crema de chocolate blanco y un ingrediente secreto salado que, aunque descubrimos, juramos no desvelar.
En definitiva, Nakeima es toda una experiencia, pese a que se definen como dumpling bar, nos ofrecieron de todo pero ese día dumpling ni uno, las cosas estaban buenísimas… todo en general y cada cosa en particular, el rollo es muy StreetXo, música machancona de fondo y camareros jóvenes encantados de estar detrás de la barra, el precio fue de 34€ por cabeza, bastante para lo que hemos comido pero no tanto para la experiencia que te llevas. Un resumen de dos limas y media.
Ah, y que no os hemos contado el puntazo que fue coincidir con el gran Luis Rodríguez de Profundidad de campo a nuestra izquierda y, sobre todo, ver su cara con el «no sé qué de oreja» que se estaban comiendo. Placer era poco, todo un limonero! 😀