De Lima a Limón

Crítica – cítrica


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La Fanega de Roque… una buena opción tradicional en Rascafría.

El otoño tiene un montón de cosas buenas, los paisajes en tonos cobrizos, las primeras chimeneas encendidas… Pero consideraciones poéticas aparte, lo mejor es la parte gastronómica, es una de las temporadas donde podemos acceder a algunos de los ingredientes más deliciosos del año: manzanas, setas, castañas… Como lo mío no es triscar por el bosque en busca de hongos, ni sé distinguir un Boletus Edulis del chalet de Papá Pitufo, pusimos rumbo hacia Rascafría, para disfrutar del espectacular paisaje otoñal del Valle del Lozoya y comer como señores.

Nuestra primera opción en Rascafría, tuvo que esperar: el Restaurante Conchi. Dicen que es imposible comer allí sin haber reservado antes y pude comprobarlo con mis propios ojos. Son tan extraordinariamente amables que apuntan tu número y te llaman cuando haya sitio disponible. Sin embargo, pese a la pinta que tenían los platos que veía ir y venir, decidimos que no podíamos esperar una hora -dando vueltas con ese frío- y buscamos una segunda opción.

La Fanega de Roque” está muy cerca, así que pasamos tras echar un vistazo al menú y nos quedamos.

El sitio es muy acogedor, dividido en dos plantas. Abajo, el bar, con mesas muy simples para tapear y lograr que se te pase el frío. Arriba, subiendo unas escaleras de madera, el comedor. Decorado con radios antiguas, fotos de la zona, aperos de labranza y vidrieras modernas, es bastante agradable, con muchas mesas, pero sin estrecheces y da una sensación de calidez que se agradece mucho.

El menú combina platos de temporada y productos de la zona con lo que todo turista espera de un “restaurante rural”. Nosotros optamos por pedir un revuelo de “boletus” con gambas y jamón, chuletas de cordero y un entrecot de ternera de la Sierra.

El servicio no es lento ni rápido, pero son tremendamente amables y respetuosos con los tiempos del cliente hasta rozar la timidez.

Con el revuelto de boletus cometimos un error. Aunque generoso y muy rico, no eran setas de la zona, sino cultivadas. Parte de la culpa fue nuestra, porque había platos donde sí señalaban expresamente que estaban hechos con setas de la zona, pero fuimos al revuelto, por parecernos una opción más conservadora.

Las chuletas estaban correctas, jugosas, tiernas y recién sacadas de la plancha. Acompañadas sólo de patatas fritas, pero patatas caseras, lo cual no es decir poco.

El entrecot vino con su banderita que certificaba que era de ternera de la Sierra de Guadarrama. La carne merece bastante la pena y no racanearon ni en cantidad, ni en guarnición; también de patatas fritas, pero acompañadas de pisto.

Una vez que conseguimos respirar algo después del atracón, nos ofrecieron la carta de postres, con la típica opción prefabricada del limón con helado dentro y un apartado de postres caseros. De éstos, optamos por un budín de castañas. Acertamos de pleno. El budín estaba delicioso, dulce, sin ser empalagoso y respetando el sabor de las castañas. Si hubiera que ponerle una pega, es que iba acompañado por los típicos adornos de nata en spray. Pero, también hay que decir que la nata estaba recién puesta y no era el típico chorro fosilizado de pasar días en la nevera.

Total: con pan y bebida (agua mineral) 49€ o, si queréis, 24,50€ por cabeza. Lo que no está nada mal para la época, el lugar y comer en fin de semana.

Nuestro juicio: una lima. Por servicio, local, ingredientes y calidad-precio. Pero no subimos más por lo rutinario de muchas opciones de la carta, los boletus de bote y los nefastos chorritos de nata en el postre. Repetiríamos seguro, pero tal vez no subiríamos a Rascafría sólo para ello.

 

Dirección: Av del Paular, 19, 28740 Rascafría, Madrid
Teléfono:918 69 19 30
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LA CANDELA… ideas para pedir a los Reyes Magos. (Madrid)

Hace unos meses sometimos a nuestro cuestionario cítrico a Luis Moreno del Restaurante Montia, premio cocinero revelación de Madrid Fusión 2014. En él, le pedimos que nos hiciera una recomendación limonera, un sitio que no nos debíamos perder y, sin dudarlo un segundo, nos recomendó La Candela… con lo que lo anotamos en la lista de deberes, por fin, hemos cumplido con la promesa y lo hemos limoneado.

La Candela empezó su andadura en Valdemorillo, un pueblo cerquita del Escorial a 40 kilómetros de Madrid. Hace unos meses le echaron arrojo y se mudaron a la capital, a un local precioso en pleno centro, al lado del Palacio Real. La apuesta parece que les está funcionando y el local suma lleno tras lleno.

En sus fogones experimenta Samy Alí, un tipo joven, simpático, dinámico y currante, muy currante. Todo un limonero de espíritu que se pasa por las mesas preguntando si estás disfrutando, si lo estás pasando bien. En estos sitios alimentarse es importante, no salir con hambre también, pero a lo que realmente vas es a disfrutar.

Comer en La Candela es dinero, que no es lo mismo que ser caro, caro es un menú cutre en el burrikin por 10 euros… pero lo cierto es que se sale de largo del presupuesto limonero. La Candela no compite en ocasiones especiales, directamente, se va a la opción caprichos, ahora, en ella, se sale de la escala.

Tienen tres menús, el medio, el largo y el hiperlargo. (43, 52 y 63 euros, respectivamente), ya que vais, ahorrad aunque sea un mes más y hacedlo bien, id con hambre y con tiempo y recrearos con el menú hiperlargo, aperitivos y 10 platos, 8 salados y dos dulces. Más de dos horas de espectáculo, de amor y de momentos casi orgásmicos.

Al menú le hacen variaciones todas las semanas y lo van adaptando a los productos de temporada, este es el resumen del que nosotros probamos. Arrancamos con el aperitivo, un snack de arroz y camarón, una patata souffle tellagorri, cucurucho relleno de humus, queso libanés y pepino a la menta y una esferificación de leche de tigre con fondo frutal. Todo estaba buenísimo, pero esa especie de bombón verde de jugo de ceviche que te entraba hasta el final de la gargante, te refrescaba y explotaba de sabor merece una mención especial.

Después vinieron los principales, mezclas super cítricas, picantes, agrias, dulces, currys rojos… de los 8 hubo tres que nos enamoraron, el dumpling carbonara, caldo de jamón texturizado, humo de pinar y tomillo y espuma de tocineta. En cristiano un dumpling de panceta deliciosisimo con un caldo que al destaparlo soltaba humo de pinar. A lo Homer aaaaaaggghghhh. El segundo brutal era el Bans en deconstrucción de pollo de corral en pepitoria, un bollito de pan al vapor relleno del guiso de pollo más rico que jamás hayáis probado y con un montón de salsas para remojar y rechupetearse los dedos. Amor!

Y por último, el rabo de toro, parmentier de patata y sorbete de albahaca. Una especie de «bocadito» entre tejas que era el churrascado de la salsa… brutal! El sorbete de albahaca obraba el milagro, te quitaba todo el sabor del rabo y te dejaba el paladar listo para el postre. Y esa es una de las cosas más alucinantes, los platos tenían un montón de fuerza, había ajo, picante, sabores super intensos… pero en cuanto te lo acababas el sabor desaparecía y dejaba hueco para el siguiente.

Los postres eran perfectos para poco golosos, un guacamole dulce riquísimo y un helado de parmesano crema agria, fresas, infusión de frutos rojos y vinagre de jerez... es que estaban ricos hasta los petit four! En fin, que casi morimos de gusto.

La Candela es, con todo, el sitio más original en el que hemos estado. Los platos son pura ingeniería gastronómica. Están pensados y medidos. Está todo tan rico que podrías seguir comiendo hasta el día siguiente, a ritmo, a pocos, escuchando las explicaciones, aprendiendo, saboreando… en serio, es un capricho gastronómico, pero todavía quedan más de dos meses hasta las Navidades, sed buenos y pedidle a los Reyes que os lleven, las tres limas se les quedan cortas.

 

http://www.lacandelaresto.com/

Calle Amnistía, 10. Madrid.

Teléfono 911739888

 


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Yakitoro… nuestra crítica cítrica a Chicote. (Madrid)

En nuestra declaración de intenciones, allá por el año cero limonero, prometimos visitar, entre otros, esos locales de moda de los que todo el mundo habla y pasarlos por nuestro filtro cítrico. Y si juntamos esto de estar de moda con la gastronomía nos sale un nombre por encima de todas las cosas: Chicote!

Sí, ese enorme cocinero (guiño, guiño), ataviado con los uniformes más coloridos del mercado y que se ha convertido en muso y estandarte de Ágatha Ruiz de la Prada. Después de su éxito destripando restaurantes sin éxito en Pesadilla en la Cocina, se ha lanzado a su propio proyecto gastronómico y le ha puesto un nombre poco recordable: Yakitoro. (Lo que viene siendo una Brocheta en japonés… ).

Os voy a hacer un spoiler de la entrada, me encantaría haberle dado un montón de limones, haber dicho aquello de «voy a vomitar«, ponerlo verde, azul y, sobre todo, amarillo, pero la verdad es que salí encantada. Toda la pega que le puedo poner y que pasé frío y es una pega a la que, posiblemente, mi madre me respondería con un franco: «Hija, es que ibas muy fresca».

El local es muy grande, tiene un montón de mesas y una zona de barra donde comes mirando a la calle en formato «niuyorkino» pero no os dejéis engañar por el número de asientos o por la excusa de que vais a cenar pronto, si no queréis quedaros con las ganas, reservad. Está súper bien decorado y tiene una cosa muy curiosa, las mesas tienen hielo en el medio, esto sirve para que tú dejes tu botella de cerveza y no se te caliente y para otra cosa aún más curiosa, para almacenar las cervezas (en tamaño grande… entendiendo por grande, de más de medio litro). Así que cuando tú pides, como nosotros, una maravillosa Affligem, la camarera rebusca entre las mesas y te la trae.

Los camareros van vestidos con monos verdes, es una versión SurCoreana del uniforme y, la verdad, es que mola, es práctico, cómodo y diferente. Bueno, y el personal también mola, es atento, auténtico, rápido y algo muy importante, hacen muy buenas recomendaciones.

En cuanto a la carta, la cosa es breve, lo resumen en procedencias de la materia prima… que si de tierra, de agua, de finca, de granja y, casi todo, lo sirven en palos (brochetas, bueno, yakitoros, bueno, ya me entendéis), y pa algo que no sirven en palos, que son los bocatas, los llaman Yakibokatas, unos bocados en pan al vapor super deliciosos.

Nosotros probamos un poco de todo, y de verdad que nada defrauda, los Pimientos de Gernika con salsa de almendras estaban súper buenos. Y el Yakitoro de atún rojo, con pack choy lacado sobre pan y salmorejo no os quiero ni contar, está entre mis cosas favoritas de todo lo que he probado en estos últimos dos años… Aunque confieso que compite muy de cerca con el Yakibokata de papada y pepino. Madre, madre… qué bueno estaba esto. (El de bonito y pimientos verdes fritos nos gustó un poco menos, quizá, porque fue lo último que pedimos y ya no teníamos tanta, tanta hambre).

El Yakitoro es un lugar tan jodidamente bueno, que allí hasta los huevos a la cubana (sí, ese esperpento de comida de emancipado) están buenísimos… creo que con esto os resumo toda la filosofía. La comida tiene un toque japo, de mezcla de sabores, dulzones, agripicantes y de materias primas super buenas.

De postre nos pedimos un crumble de manzana rico,rico y, confieso, que me quedé con ganas de probar el Helado de fresa y wasabi, crema de chocolate y galleta de jengibre…

Habiendo bebido dos cervezas de las grandotas, cenado como señores y haber compartido un postre la fiesta salió por 25 euros por cabeza. Un punto más económico que su colega el StreetXo de David Muñoz y mil sabores exóticos con un punto oriental altamente recomendables. Para una ocasión especial, salir de la rutina e incluso, marujear a Chicote y ver como bailotea por la cocina la comida se lleva las tres limas. Hay que reconocer que de ver tanta pesadilla Chicote, ha sacado conclusiones, sabe lo que se hace y, no sólo sabe lo que se hace, sino que está dispuesto a enseñarlo.

http://www.yakitoro.com/

Dirección: Calle Reina, 41, 28004 Madrid
Teléfono: 917 37 14 41
Tienes todas nuestras fotos en Flickr


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NAKEIMA… y la fama merecida. (Madrid)

En la entrada de hoy ponemos a prueba el Nakeima, uno de esos sitios que en cuestión de meses se han puesto en boca de todos. Era la segunda vez que lo intentábamos, la primera de ellas, ilusos nosotros, fuimos a las dos y media esperando mesa como si fuera un restaurante normal pero… nada más parecido a la realidad, la segunda vez sí lo conseguimos, aquí la crítica cítrica de nuestra visita.

En Nakeima caben 20 personas, 18 sentadas y dos de pie. Dan un servicio en cada turno, como lo estáis leyendo. Uno a la hora de comer y otro a la hora de cenar… ya que dos y dos son cuatro, un máximo de cuarenta personas diarias comen en Nakeima, una estrategia curiosa pero que les ha salido bien. Lo están petando! Las soluciones fáciles aquí no funcionan, no vale reservar, hay que plantarse en el local a eso de la una en la comida y a eso de las 20.15 en la cena y hacer cola. Si  cuando llegáis la cola es de más de 20 personas… casi que no vale la pena ni que lo intentéis.

Si habéis sido madrugadores y suertudos un chico encantador saldrá con una libreta y te tomará nota, nombre y número de personas y te citará para las dos o las nueve de la noche. Así que te vas a tomar una caña, vuelves y esperas otra vez a que te llamen y te enseñen el rinconcito que han preparado para ti.

El sitio es simple y estrujado, fuimos los últimos afortunados y eso tuvo precio, nos tocó comer de pie. Un rollito muy StreetXo pero sin cubiertos de plástico, sólo con palillos. Pese a que es moderno e informal, en realidad, todo es muy civilizado, van tomando nota por orden… otro camarero más majo que el anterior te empieza a contar todo lo que tienen ese día desglosado por tipos, que si entrantes, que si niguiris, platos fuertes, platos más fuertes… el chico va anotando y te va encandilando como si fuera un encantador de serpientes y tú la cobra en la cesta. Tened cuidado o pediréis de todo, y lo peor, lo haréis felices.

Todo está muy a la vista, en la barra preparan un montón de platos y los demás los hacen en cocina que están detrás de ti, con unas cristaleras enormes. Todo transparencia. Así que más hambre que te entra. La comida sale a ritmo, si pides de todo no paras de comer y si hay algo que no has pedido, miras con carita de pena a los afortunados que la saborean.

De la comida, lo que menos nos gustaron los niguiris, como que aspiraban a mucho y luego no decían tanto, de entre ellos, el más rico, el ibérico, tocinaco del bueno sobre arroz  japo. Lo que más, el tataki de pez mantequilla dulzón sabroso y marinado en miso, de morirse!!! Eso sí, la salsa recordaba peligrosamente a las caballas de David Muñoz. Pero confesemos que estaba todo de morirse, el rollito de primavera, casero y mezcla entre chino y thai era ñaaaam. El palo de pollo estaba super rico, la salsa era deliciosa y el momento en que el palo fuera un palo de Lemon Grass mordisqueable les hizo subir un montón de puntos limoneros.

nakeima

El bocata de criollo era un poco «demasiado», momento chorizo (de buena calidad y no repetidor) mezclado con ensaladilla para «desengrasar», mi no comprender. guarrindongada total quizá tampoco muy recomendable. Lo que sí es recomendable es el Bocata de calamares en pan hervido, menuda delicia!! No os fiéis de las fotos de los «gastroreporteros» son unos mentirosos… en la foto parece enorme y luego el bocata es del tamaño de un polvorón. Y por último el curry de pollo. Picantito pero buenísimo.

La verdad es que no pudimos salir de allí sin haber probado el postre, una piña asada con crema de chocolate blanco y un ingrediente secreto salado que, aunque descubrimos, juramos no desvelar.

En definitiva, Nakeima es toda una experiencia, pese a que se definen como dumpling bar, nos ofrecieron de todo pero ese día dumpling ni uno, las cosas estaban buenísimas… todo en general y cada cosa en particular, el rollo es muy StreetXo, música machancona de fondo y camareros jóvenes encantados de estar detrás de la barra, el precio fue de 34€ por cabeza, bastante para lo que hemos comido pero no tanto para la experiencia que te llevas. Un resumen de dos limas y media.

Ah, y que no os hemos contado el puntazo que fue coincidir con el gran Luis Rodríguez de Profundidad de campo a nuestra izquierda y, sobre todo, ver su cara con el «no sé qué de oreja» que se estaban comiendo. Placer era poco, todo un limonero! 😀


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LA CASA DEL CARMEN… limoneando un estrella Michelín (II parte)

Y aquí viene el particular desenlace de nuestra Primera crítica cítrica de un Estrella Michelín

El primero de los platos principales es un escabeche de chicharro, salicornia, encurtidos y polvo helado de manchego. Resaltaba el escabeche y el queso sobre todo, no se solapaban los sabores con el crujiente de frutos secos ¡bien hecho! Seguimos con un ajoblanco de coco, uvas y sésamo negro. Tenía un toque ahumado muy interesante y el sésamo negro complementaba perfectamente el ajoblanco. Muy rico. Cuando aún era temporada, se acompañaba con sandía en vez de uvas, lo que le daba más frescor al plato.

Huevo con patatas, sepia aliñada y alioli de ajo negro. Este plato me traía sensaciones contradictorias. La presentación es sorprendente (la yema de huevo es la bola negra que aparece en la foto) y está muy buena. Para mí le perdía la textura (la patata que quizá sobraba, el exterior negro de la yema) y la temperatura, aquello estaba frío.

Lo siguiente fue  una gamba roja asada y veloutte de gamba. Bien estructurado en tres pasos (cabeza, gamba y capuccino de gamba), con una materia prima de 10 y bien tratada. Un plato basado en el producto pero con una presentación original y bien aprovechado. No hubo discusión, nos gustó más incluso que la del tres estrellas Quique Dacosta,  que no es moco de pavo.

Y llegamos al plato menos afortunado del menú, no nos gustó a ninguno de los presentes (los “repetidores” ya nos habían puesto en aviso), bacalao asado al miso rojo, pomelo, piparras y alcaparrones. Estaba salado y un poco duro (¿mal desalado?), el miso rojo estaba quemado a la llama, imitando el bacalao tiznado nos contó posteriormente Iván, pero a nosotros nos amargaba y no nos convenció, demasiado fuerte. Eso sí, nada suficientemente grave como para que nos quitara las ganas de pasar al siguiente y último plato.

La Liebre a la Royal con crema de ciruelas secas. Un plato complicado y súper tradicional que resuelven de forma poco ortodoxa, aunque muy rico en cuanto al sabor. En este momento Iván Cerdeño salió a conversar con las mesas, muy amable y natural. Incluso nos ofreció unos callos que no llegaron a tiempo, pero que es perfecta excusa para volver.

Y pasamos a uno de nuestros mayores placeres, los postres. Tanto nos gustan que les habíamos pedido que sacaran fuera de menú algunos más si podían… El primero fue bastante oportuno, yogur, limón y leche reducida. Sin palabras, estaba buenísimo y era tremendamente cítrico. Además era un buen cortante después de un sabor tan marcado como el de la Royal.

Y el mundo postril

El segundo postre, manzana asada, café especiado y regaliz, venía sobre una piedra, que le iba al pelo a la manzana de manteca de cacao, rellena de compota de manzana y con tierra de café y regaliz. Muy acertado su formato ya que eran como pequeñas piedras, te iban viniendo golpes de sabor según cuál mordieses (ahora sabe a regaliz, ahora sabe a café). Presentación muy buena y sabor interesante. Lo “malo” es que nos seguíamos acordando del postre anterior.

Nos sirvieron dos postres extra. Del primero no hay fotos (la cuchara golosa fue más rápida que la cámara), era un suflé de chocolate roto con plátano (caramelizado y en helado). Fácil combinación pero muy bien ejecutada, contrastando el dulzor del plátano con el amargor del chocolate. Iván nos comentaba que intenta “huir” de postres de chocolate porque parecen ir a lo obvio y sencillo, y que prefiere arriesgar con otras composiciones. Estamos de acuerdo, pero este postre no desentonaba. Y terminamos con una crema de fruta de la pasión, con frutos rojos y helado de yogur. Se disculparon por repetir el yogur, pero no hacía falta, porque este postre fue el mejor. Fresco, maracuyá a tope pero equilibrado con el yogur, un acierto.

Con los cafés nos trajeron unos petit four correctos, aunque  uno contenía nuestra “kriptonita” particular, el té verde, ingrediente que sobra en todo menos en el té, y este caso no era la excepción.

Tuvimos la sensación de que es un restaurante al que la gente acude más por su carta que por el menú degustación (esperemos que la estrella cambie esto), porque es complicado mantener a la vez un buen menú degustación y una buena carta (como sucede actualmente). A los dos “repetidores” les gustó más esta segunda visita que la primera (algo difícil en este tipo de cocina en la que el “factor sorpresa” influye).

Nos pidieron que no nos fijáramos en la recién concedida estrella, y así lo hicimos, por eso nos centramos más en la comida y menos en otros detalles. De cara al futuro tendrán que pulir muchos aspectos… vamos que tienen un gran margen de mejora y una buena oportunidad para seguir creciendo.

En resumen, un sitio que merece realmente la pena por su relación calidad-precio, y para recomendar con garantías tanto a quienes dicen no disfrutar de la cocina molecular, como a aquellos que buscan algo más que la cocina tradicional. Por todo ello nuestra valoración para La Casa del Carmen es de 2 limas, y unos gajos de limón para que no se duerman en los laureles con la estrella.


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LA CASA DEL CARMEN… limoneando un estrella Michelín (I parte)

Hace tiempo que queríamos ir a este restaurante, “sólo” llevan tres años abiertos y sus críticas son realmente buenas. Así que ahí nos plantamos un grupo de cinco en el que dos ya habían estado con anterioridad, justo tres días después de haberse anunciado la estrella Michelín, que se nos adelantó.

La Casa del Carmen es un restaurante llevado por un joven chef, Iván Cerdeño, que ha pasado por varios sitios, entre ellos el mejor restaurante del mundo, Can Roca, y sobre todo por El Bohío,(sí, el del jurado de Masterchef). Hacen una comida tradicional muy trabajada, modernizada, tratando muy bien la materia prima.

Está en la vía de servicio de la “carretera de Toledo”, a la altura de Olías del Rey, un sitio donde no lo esperas, pero que hace que sea muy fácil de acceder y, sobre todo, de aparcar. Entramos y por dentro es un lugar bastante acogedor, aunque no le vendría mal un repaso para dejarlo a la altura de su cocina, tiene detalles digamos que “son mejorables” (empezando por las plantas de plástico, muy prescindibles). Cuenta con varias salas, terraza para verano y una pequeña barra donde esperar al resto del grupo tomando una cerveza  (un plan irrechazable).

A la hora de pedir la cerveza nos llevamos una mala sorpresa. Nos ofrecen dos tipos de cervezas comerciales y no precisamente de las mejores. Tradicionalmente, en los restaurantes se ha valorado la carta de vinos, pero hoy en día se hace imprescindible que esa riqueza de sabores llegue también a la oferta de cervezas, incluyendo cervezas artesanales,  imperdonable teniendo tan cerca microcervecerías como Sagra y Domus. Finalmente nos resignamos a la oferta disponible y nos las tomamos con unas aceitunas muy bien aliñadas. Llegan los rezagados y pasamos a la mesa.

La sala es amplia y tranquila, aunque poco a poco se irá llenando. La carta tiene muy buena pinta y dos opciones de menú degustación: uno “clásico-tradicional” (30 euros) y otro de “temporada” (50 euros) que se puede completar con un maridaje con vino (20 euros), que sirven a mesa completa para 5 personas máximo. Entre semana no suelen trabajar el menú degustación, así que lo mejor sería avisar con tiempo.

Aquí una anotación especial para vegetarianos. Avisando con tiempo se ofrecen a adaptar el menú degustación para que sea apto para vegetarianos (por la opción vegana no llegamos a preguntar) algo que es muy de agradecer ya que otros restaurantes “estrellados” no están dispuestos a hacer un esfuerzo de este tipo.

Nos decidimos por el menú de temporada, sin maridaje ya que no somos especialmente aficionados al vino (otra vez se echaban de menos las cervezas artesanales). La carta de vino es amplia y completa, se agradece la presencia de vinos de la zona aunque tienen que mejorar la atención a la hora de recomendar un vino. Elegimos Tardeviñas, Ribera del Duero de Burgos y acertamos, suave y afrutado.

El personal de sala es amable y explica los platos con seguridad, aunque faltaba “pasión” a la hora de transmitir lo que íbamos a comer y en este tipo de cocina es algo esencial.

Otro elemento con un amplio margen de mejora es la vajilla y la cristalería, que está por debajo del nivel de la cocina (y no digamos de la estrella Michelín). La mayoría de los platos los sirven en vajilla blanca o de cristal (en muchos casos con golpes) y esto, irremediablemente, desluce el contenido. Aun así encontramos algunos elementos imaginativos como la utilización de cuadros de pared como bandejas (ese es el camino).

Pero vamos a lo importante, lo que nos había llevado allí y lo que nos encantó, la comida:

Comenzamos con una serie de aperitivos que fueron claramente de menos a más. En primer lugar arenque aliñado y pepino, suave pero sin ser muy novedoso; bombón helado de sangría, sorprendente y refrescante; crujiente de camarones y algas, que era poco más que un pan de gamba insulso. Continuamos con el bocata de paté de caza, sabor intenso y nada pesado; con  la ensalada de lomo de orza, rica, aunque la rúcula predomina sobre el resto de sabores, y con la tartaleta de salazones, tomate y rúcula que era muy delicada, pero algo en ella no me apasionó.

El  salto cualitativo llegó gracias al buñuelo de queso, que estalla en la boca con un sabor espectacular rematado por la albahaca, y sobre todo por la magnífica croqueta de jamón ibérico. Jamón a tope, súper cremosa, en su punto, empanado panko crujiente y sin romperse,… ¡pedimos otro plato de croquetas! ¡Y nos las pusieron! Algo que en otros restaurantes de menú degustación no habrían hecho por el «gran trastorno» que supone en los tiempos de una cocina.

Y para finalizar con los aperitivos, lo que a mí particularmente más me gustó, una espuma de gachas impresionante, muy bien acompañada por su compango (en forma de rollito vietnamita con vinagreta de curry con un puntito picante), ¡un plato redondo y muy cítrico!

Por ahora vamos muy bien, hemos abierto boca y han empezado a sorprendernos, pero son los platos principales los que se ganan las limas y se merecen una entrada propia. ¡El miércoles a las 12:30 os contamos el desenlace!

Continuará…


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VI-COOL… Estrella Michelín a precio de bolsillo (Madrid)

Hoy en de Lima a Limón nos ponemos pijos y nos vamos a probar uno de los múltiples locales del polémico y estrellado (Michelineramente hablando) Sergi Arola. En concreto, nos acercamos a la madrileña calle de Huertas a su local de «bajo coste» el Vi-cool.

Sergi Arola es un tipo peculiar, de esos que no dejan indiferente a nadie, alumno de los mejores magos de la gastronomía, sin problemas de autoestima, con problemas con Hacienda y hasta protagonista de un grupo de Facebook bajo el título «yo tampoco me creo que Sergi Arola compre en el LIDL» y es que eso de que la calidad no es cara… Convence a unos mas que a otros, sobre todo viendo los precios de algunos de sus restaurantes.

Pero volvamos al vi (de vino) cool (de super guay que te mueres)… el local es mini y es mejor reservar, la decoradora hizo un muy buen trabajo, el sitio es una chulada, sencillo, unas seis mesas en linea, un banco corrido una barra que invita a que te sientes y un cocinero que está detrás de ella preparando en directo los platos fríos. Los calientes salen de la cocina que está en el piso de arriba.

De lunes a viernes tienen un menú del día que anda por los 12 euros, primero y segundo, abundante y aparente. La gente rebañaba el plato así que tenía que estar bueno. Además de la opción de carta tienen un punto intermedio, el «tapas menú» con el que por 20€ pruebas 5 tapas con las que se come de sobra y postre… No pudimos resistirnos y la experiencia valió la pena.

Hay que reconocer que estos sitios están llenos de detalles, desde la carta de vinos ( que es literalmente una carta) a los camareros que consiguen ser atentos de una forma extraña entre tímida y encantadora.

El menú era un carpaccio de champiñones portobello con parmesano y piñones super, super rico. Una berenjenas ahumadas que no tenían nada pero de las que te podrías comer un caldero y el plato estrella …

Las famosas patatas bravas tiene bemoles que uno de los platos con mas fama de un superchef sean unas patatas pero hay que reconocerle que en mi vida he probado cosa igual! Son suaves por dentro, crujientes por fuera, salsosas pero no empachosas, fritas pero no grasientas… La verdad es que solo por probarlas ya vale la pena ir al local.

De platos un poco más fuertes nos dieron unas albóndigas con chimichurri en fondue de queso de cabra… Donde el queso le quedaba fenomenal pero con el chimichurri se pasaron y unas alitas de pollo con mojo picón de las que solo nos faltó comernos los huesos.

El postre eran unas frutas de temporada picaditas con una fondue de chocolate negro… Muy para mojar y remojar todo.

Ya sabéis cual es nuestra teoría, hay que probar de todo. En muchos de los estrellas michelín les acaba pudiendo la tontería, en otros muchos, sin embargo, consigues redescubrir cosas tan simples como una patata brava con menús asequibles para mortales… Y eso mola mucho. Además de comer bien, te llevas una experiencia eso se merece dos limas y media.

 

VI COOL:  Calle Huertas 12, Madrid

http://www.vi-cool.com

 


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EL COSACO… una grata sorpresa con acento ruso (Madrid)

Probablemente,  nunca os hayáis planteado ir a comer a un restaurante ruso, su gastronomía es una de las grandes desconocidas pero me apuesto lo que queráis a que después de leer esta entrada os entran unas ganas locas de probarlo, es más, estoy por apostar cuál va a ser vuestra próxima búsqueda en Google.

Confieso que yo partía de una situación más o menos parecida, todo mi contacto con la comida eslava se resumía en un par de visitas a restaurantes polacos saldadas sin más pena que gloria y con una buena dosis de antiácidos. Sin embargo, alguien con reconocido buen criterio se empeñó en que debería darle una oportunidad al Cosaco (el restaurante ruso más antiguo de Madrid) y, entre eso, y que tiene terraza, me faltó tiempo para probarlo.

El Cosaco está en la plaza de La Paja, uno de mis lugares de terraceo favoritos, en medio de la Latina. Es un restaurante hortera como le corresponde a su definición de ruso, pero que dentro de lo hortera que es resulta hasta bonito, incluso íntimo y la terraza que tiene es, directamente, maravillosa. Eso sí, una advertencia, todas las terrazas de esa plaza tienen algo en común, uno sabe cuando se sienta pero no tiene ni idea de cuándo se va a levantar, atrapan!

Entre semana tienen un menú por 12 euros que me he prometido encarecidamente probar. Pero en este caso era fin de semana y llegábamos con ganas de probar toda la carta así que nos lo tomamos como una ocasión especial.

Empezamos con unos Blinis Bloyarski (30€), que vienen a ser unas tortitas típicas, esponjosas y calentitas, con un surtido de salmón, arenque y trucha ahumada con caviar Keta y alemán, acompañado de crema agria… Nosotras partimos los blinis para poder probar de todo y aunque todo estaba delicioso mi favorito fue el caviar Keta y el arenque.. qué bueno! me comería hora mismo una bandeja llena de blinis de arenque…

De ahí nos pasamos a un Strogonoff imperial, que era de concurso. Llevaba tiempo queriendo comer ese guiso y, no sé si por pereza, o falta de receptividad en el público seguía con las ganas, así que al verlo en el menú no lo dudé. La media ración es suficientemente abundante para dos y te da la oportunidad de probar más cosas.

Por último pedimos unos rollos de verduras rellenos de carne, que venían en una cazuelita gratinado y, aunque se parecía mucho a las especialidades polacas el sabor y la preparación no tenían nada que ver. Muy rico!!!!

Con los postres no acertamos demasiado, el sorbete de limón estaba demasiado ácido (vamos que parecía que se te iban a salir los dientes) y el postre de frambuesas con melocotón podía provocarte un coma por glucosa.. mi recomendación es que os vayáis directamente a las Caipiroskas que las hacen deliciosas.

El personal es encantador, el gerente del cotarro super majo, la posibilidad de encontrarte (como nos paso a nosotras) en medio de una boda rusa no tiene precio. Además muchos días tienen música en directo.. entre eso y el vodka por unos 30 euros por persona tienes un éxito de dos limas asegurado.

EL COSACO: Plaza de la paja, 2. Madrid

http://restauranteelcosaco.com/


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IKURA… Japan Restaurant week Madrid

La semana pasada y dentro de las jornadas “Japan Restaurant Week» de las que se hizo eco hasta el Comidista , en la que ciertos restaurantes japoneses ofrecen menús degustación a precios razonables, nos animamos a disfrutar de un buen menú con el que deleitar a los sentidos de la siempre sorprendente comida japonesa.

Decidimos repetir en uno de mis restaurantes favoritos, de esos que como decimos siempre: “no son para todos los días, pero de vez en cuando hay que quererse un poco” y merece mucho la pena. Se trata del Ikura un sitio que ahora en verano es aún más apetecible por la amplia terraza que tienen en la puerta del local, que amplía el pequeño restaurante.

Elegimos el menú que tenían preparado dentro de las jornadas, con aperitivo, entrante, segundo y postre por 25€ por persona, aunque no estaban incluidas ni las bebidas ni el IVA, cosa que nos advirtió el camarero antes de pedir pero que tampoco subió demasiado la cuenta (unos 28€).

Empezamos con los aperitivos de Edamame (semillas de soja tiernas) y la Ensalada de Algas Wakame sin mucha emoción pero, al llegar a los entrantes y segundos, la explosión de sabores y texturas de los diferentes tipos de sushi nos cautivó. El Nigiri de Foie con Mango Caramelizado estaba tan espectacular como su nombre, el Gunkan y los Hosomakis eran sorprendentes por sus diferentes contrastes en cada bocado.

De los segundos, si me tuviera que quedar con alguno de los Uramakis, sería, sin dudarlo, con el de tartar de pez mantequilla con trufa, aunque los de anguila con crujiente, el de tartar de toro tostado y el Futomaki de salmón crujiente tampoco nos dejaron indiferentes.

Y para rematar una cena tan especial, mezclamos los 2 postres que traía el menú combinando la frescura cítrica del Helado de Té Verde con el denso, esponjoso y cremoso fondant de Chocolate.

Sinceramente, yo siempre que he buscado un restaurante japonés, he tratado de encontrar el equilibrio entre calidad y precio y el Ikura lo tiene. Aunque en esta visita si hay que poner algún “pero”, aunque sea pequeñito, fue que el arroz no nos pareció tan exquisito como en anteriores ocasiones (que no malo).

En resumen, una cena especial, con sabores sorprendentes, no cotidianos y que para mí son delicatessen se merecen una lima y media.


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EL PIMIENTO VERDE… una ocasión especial a la vasca (Madrid)

Aunque, en cierto modo, el Pimiento Verde se escapa de nuestro presupuesto el otro día acabé allí y estaba todo tan buenísimo que no pude resistirme a hacerles una crítica.

Hay tres Pimientos Verdes en Madrid, uno en Argüelles (que fue el que visitamos) otro en Chamberí y otro en el barrio de Salamanca. Son locales muy coquetos con una decoración que le hubiera encantado al Comidista, las paredes están llenas de alcachofas, rústico pero con mucho estilo. Y con un detalle que nos chifla, la cocina está a la vista.

La carta está llena de especialidades vascas, todo con una pinta fantástica. Su plato estrella son las Flores de Alcachofas (13,90€), es raro ver una mesa que no las esté comiendo y roza lo imposible que si las ves comer no sientas una necesidad imperiosa de probarlas. Al final va a ser verdad que comemos con los ojos, pero es que son unas alcachofas de concurso, suaves y sabrosas.. Ahora que lo pienso, creo que podría alimentarme sólo a base de eso.

Para completar los primeros comimos una tortilla de bacalao, con un punto aceitosillo pero tan suave, salada por el bacalao y dulce por la cebolla que haca que en el primer bocado se te olvide la tontería de la operación bikini.

De segundos nos tiramos a la merluza a razón de 20 euros la ración, una salsaparrilla con cachelitos con ese punto de ajito por arriba y otra en salsa negra de chipirón con gulas al ajillo (sí, sí, confieso que me gustan las gulas), que estaba de muerte. Dos platos muy sencillos y una apuesta fuerte de esas que sólo puedes hacer cuando tienes asegurada una merluza de extrema calidad.

Al postre ya no llegamos, quizá porque con las flores de alcachofa hubiera sido suficiente y nos perdió la gula al pedir la tortilla. Esto hubiera redondeado la cuenta a algo más de 30 euros por cabeza.

Una opción deliciosa, sana, de calidad pero a un precio un poquito alto. Rozaría la tres limas si apostasen por un menú del día premium (de esos que suben de 15€ pero que comes como un marqués). En todo caso se llevan nuestras dos limas verdes como su pimiento.

Quintana, 1 Madrid
Www.elpimientoverde.com