Las rutas de tapas no pueden estar más de moda. No hay ciudad, barrio o incluso calle que se precie que no tenga montada su ruta, su mapas del tesoro y una buena colección de pinchos para servir. Estas rutas son la excusa perfecta para conocer nuevos locales de tapeo, para aprenderse los nombres de las calles y para romper el mito de que las mujeres no sabemos orientarnos con un plano.
Hace un par de semanas estuvimos en Soria, todos los años montan la semana micológica, los bares preparan una tapa al precio de 1,50€ cuyo único requisito es que, entre sus ingredientes, esté algún tipo de seta o de hongo. Fue un triunfazo y después de dos días allí, mapa en mano, creo que pasaría el examen de taxista. Los bares se lo toman en serio, se piensan las tapas y, la mayoría, están muy ricas. Otras son un horror… pero esa es la esencia de todo concurso. Con cuatro tapas comes así que por 10 euros has hecho la noche, has cenado y te has tomado cuatro botellines con lo que te vas dando saltitos de alegría para casa.
Estas son las buenas rutas, las que conservan la esencia… pero como todo lo que pasa a la categoría de moda, acaba sufriendo un desgaste. Muchos de los bares abusan y provocan lo que los limoneros llamamos… las cinco fases de la ruta de tapas:
1.- La saturación de gente.- Hay una sutil línea entre el ambientillo que a todos nos gusta y el abarrotamiento que agota al santo más paciente. Así que, en vez de ir el día que más te apetece empieza la ingeniería, de modo que haces una matriz donde cuadras las fechas de los partidos de fútbol, la temperatura exterior, la humedad y la sensación térmica, más la alineación de los planetas y decides que el miércoles en la ventana entre las 19:30 y las 21:00 es la única hora en la que puedes ir a Tapapiés y salir con vida.
2.- El Desencanto.- Has conseguido llegar al bar y pedir tu tapa. La has visto en la foto y tiene una pinta de morirse, parece grandecita y solo le falta un cartel que diga “cómeme, cómeme.” Pero amiguitos, la realidad es otra, la rodaja de pan es, en verdad, una loncha de baguete cortada con cortafiambre y, muchas veces, la presentación viene a ser la copia del cuadro de Van Gogh hecha por un crío de cinco años. Y piensas… para esto casi mejor me quedaba con los cacahuetes que me pones siempre con la caña y me ahorraba el euro cincuenta.
3.-La mezcla imposible.- Es comprensible, estos concursos someten a los cocineros a mucha presión. Uno está acostumbrado a hacer una salsa de bravas de infarto pero… con eso no se gana un concurso (o sí). Así que empiezan a innovar y le preguntan a sus hijos qué ingredientes están de moda… y de ahí sale la tosta de foie con queso de cabra y cebolla frita con un crujiente de boletus. Sergi Arola conquistó el mundo con unas patatas bravas… no creo que perdiera un concurso de tapas.
4.- El bocata de McDonald’s. Llevas ya cuatro intentos, sigues teniendo hambre y tu estómago se queja de la mezcla imposible… piensas pero solo se te ocurre una manera de arreglarlo, comiéndote un bocata, en el peor de los caso, del McDonald’s.
5.- El Arrepentimiento.– Así que después de todo decides que nunca máis, que para lo que te has gastado, mejor te ibas de tapas sin ruta, sin concurso y sin mapa del tesoro. Hasta que vas a una bien montada y te reconcilias con el concepto… y ahí es cuando vuelves a caer.
Aún así, aprendamos de la mala experiencia y pensemos en las ferias de la tapa como en las ferias medievales: se peca por exceso, no todas merecen la pena y no por ser lo que son, merecen en sí la pena pero alguna… Todavía se gana el buen nombre.