Archivo de la etiqueta: pulpo
TOÑI VICENTE… tapeo marinero. (Vigo)
Volvemos a Vigo y lo hacemos yendo al sitio que durante un largo tiempo fue el Puesto Piloto y que desde hace algo más de un año regenta la Cocinera Toñi Vicente. Confieso que llevaba mucho tiempo con ganas de ir a este lugar, probablemente, verlo todos los días de camino a la playa haya tenido algo que ver.
Toñi Vicente es una de las cocineras gallegas con más renombre, contaba en una entrevista de la época de la apertura del restaurante que Volver a Vigo era su sueño, lo cierto es que viendo los objetivos que se marcaba, un local con muy buena calidad, buen producto y de temporada y precios razonables… parece que los ha cumplido. Aquí va nuestra crítica cítrica.
Al Toñi Vicente puedes ir en dos versiones, de tapas o a la carta. Para la zona de tapeo han preparado la entrada del local, unas barras de madera y con taburete enfrente de la barra de los camareros, una zona que tiene muy buena pinta pero que estaba tan vacía (un viernes por la noche y estábamos solos) que decidimos pasarnos al comedor, aunque la opción de tapas siguiera en vigor.
El comedor es muy viejuno, han hecho un intento de modernizarlo con unas pinturas en el techo pero… no han conseguido que pierda el rancio de los salones de boda de los noventa. Además es enorme y, claro… los locales enormes y vacíos son mala mezcla. Eso sí, tiene unas vistas a la ría espectaculares.
Llega la carta y nos recomiendan que en vez de tapas escojamos platos y los compartamos, aceptamos el consejo y la verdad es que salió bien… el problema fue elegir. No os exagero si digo que un tercio de la carta (que tampoco es tan larga) no les quedaba y como siempre, Murphy manda, ese tercio coincidía exactamente con lo que se nos antojaba pedir.
Arrancamos con un aperitivo de helado de salmón que estaba buenísimo. Después de darle muchas vueltas, ya con algo en el estómago pedimos unas zamburiñas, cargadas de ajo y fuertecillas, pero ricas. Un crujiente de langostinos con una espuma de queso que estaba rico pero la verdad es que ya aburre un poco y unas croquetas de marisco que, sabían a marisco, punto importante, pero tampoco es que fueran la mayor delicia de la humanidad.
El salmón marinado merece mucho la pena, probablemente, la lubina también, venía servido con helado de parmesano, muy bien cortado y muy suave. Rico, rico. El pastel de cabracho también estaba buenísimo, con sus tostaditas de pan para untarlo… muy bueno.
Sin duda lo peor de todo fue la Selección de quesos, cuatro variedades, entre ellas un parmesano muy flojucho y un queso manchego que acababa de salir del envase al vacío. Buena parte del error fue nuestro por pedirlo pero nos vendieron una selección de quesos gallegos que sonaba de mil amores… El queso tiene que tener mucha salida o sino te encuentras con tablas de quesos precortados recién salidos del envase al vacío que dan mucha penita y, en los sitios hay que pedir lo que hay que pedir, en el Toñi Vicente, productos hechos con pescados frescos.
Lo más divertido era ver a los camareros, unos entrajetados señores que hacían juego con el salón, explicando el queso parmesano como si fuera un producto exótico traído de Italia a lomo de un burro, o los platos con helados salados como si fueran elaborados en el mismísimo Marte.
Aún nos quedaba sitio para el postre, así que probamos su famosísima torrija de mi madre con helado de piña, rica, pero sin fundamento para tanta fama. El coulant de chocolate, con helado de chocolate, claro está. Y las arenas de chocolate con helado de Te Matcha que realmente estaba muy rico.
Habiendo bebido una botella de Ribeiro para cuatro, la cosa salió a unos 25 euros por cabeza, muy razonable. El local , el hecho de que estuviera vacío, que estuvieran sin tantos productos en la carta hace que se ganen medio limón, pero la verdad es que los platos de pescado (como tapa o como plato principal) valen mucho la pena, son muy buenas materias primas y bien trabajadas, eso les da una lima y media.
Y un limonsejo, vale que se hayan comprado una máquina de helado y estén emocionados pero tampoco hace falta que dos de cada tres platos lleven helado de algo. En la variedad está el gusto.
Nunca llueve a gusto de todos.
Sólo quiero que por un momento recordéis cuales son las tres capitales famosas por creencias cristianas y peregrinaciones: Jerusalem, Roma y Compostela y ahora, extrapoléis estas ciudades a otros grandes puntos de la geografía gallega donde también se rinde culto, sólo que pagano y sobre todo gastronómico, hablamos de Burela, Carballiño y Ons.
Por supuesto, estos lugares de culto también tienen sus centros de oración ya se llamen restaurantes, tascas, tabernas, «furanchos» y por supuesto, los espacios de nuevo cuño: «cafetería-tapería-loungue-gastrobar». Probablemente, a estas alturas ya tenemos claro cuál es el objeto de culto… efectivamente, el pulpo.
En estos espacios nos encontramos al sacerdote, ese «pulpeiro» oficiante y ataviado con una espécie de delantal-taparrabos que nos debería recordar a las que otrora fueran las casullas de ricas telas adamascadas y excelentes hilos de oro en sus bordados en un ara tapizado de manteles de hule actualizando el papel de la sábana santa y desterrando los de encajes de Valencienne, Brujas, Vichy (no podría faltar por la connotación culinaria aunque nada tengan que ver con las aguas), o Camariñas.
En este sacro espacio juegan especial protagonismo dos elementos: el plasma enmarcado en pan de oro como el divino sagrario y las pilas de platos de madera apilados a ambos lados de la mesa a modo de candelabros al más estilo español de lenteja, donde el acólito uniformado de camiseta escotada extranguladora de biceps y delantal de vanguardia con mil bolsillos y mil y una cinta colgante pasea las sagradas formas bañadas en oro líquido sobre una patena de PVC.
Todo esto bajo una cúpula de arcos cromados que soportan un palio de loneta exponsorizada por cualquier ambrosía y con su doble cenefa de verdín paralela al balcón del primer piso desde donde los vecinos participan de esta romería urbana donde por misterio las precipitaciones cumpliendo su ciclo del agua acaban regando los balcones , los candelabros, los platos, los trapos, los encajes, el hule, no sin antes deslizarse por el verdín de la lona como hilos de seda invisibles y enriqueciendo ese agua que bautizará el santo grial donde se cuece el pulpo como lo hacían los marineros cuando se preparaban el yantar cuando estaban en marea; con agua de mar como Dios manda.
Todos los parroquianos entre risas de gozo y un éxtasis cuanto menos curioso comulgarán en harmonía emulando a los primeros cristianos en las catacumbas ajenos a eso que podría ser un no tan lejano tribunal de la santa inquisición como el de Sanidad.
Es curioso ver como nunca llueve a gusto de todos y que seamos tan «tiquismiquis» con algunas cosas y ante otras tan obvias nos hagamos los «longuis«, por que esto es extensivo a todos los «altares » ambulantes donde el sol, hormigas, moscas y manos con restos de tabaco forman parte de esa idiosincrasia que confundimos con «enxebre«.*
*En galicia , dícese de lo que se considera sencillo en sus gustos.