No me voy andar por las ramas, queridos lectores de Lima a limón, no voy a ser condescendiente o benevolente. Que las hayan “implantado” y su presencia se haya “asumido” no es razón suficiente para que ponga el grito en el cielo y más allá.
¡¡NO SOPORTO QUE SIRVAN PATATAS CONGELADAS!!
Creo que es el peor acompañamiento que un bar/casa de comidas/tapería/restaurante pueda poner como presentación de sus platos – aunque sean menús del día – y no entiendo que se queden tan tranquilos al ver como la mayoría de las veces vuelven, sin ser consumidas a sus cocinas.
¿Qué poderosa razón empuja a un propietario – creo que estamos todos de acuerdo que aquí la opinión del cocinero/a no se tiene en cuenta en absoluto – de que su establecimiento incluya un producto de tan ínfima calidad? ¿Qué extraño aliciente le lleva a este hostelero de medio pelo pensar que nosotros– posibles clientes asiduos – quedemos contentos con algo así? ¿Y si no volvemos a poner un pie por allí, se extrañará?
Le he preguntado a un amigo que ha trabajado en hostelería, el porqué las usan con tanta alegría y me ha sentenciado:
– Porque son baratas y rápidas de hacer.
Bien. He hecho la prueba en mi casa. Puse una sartén grande con aceite a calentar, cogí tres patatas – una por comensal – las pelé, las corté panaderas y las eché a freír. Cuando estuvieron listas, se fueron a cada plato y las premié un poco de sal y tomillo. Todo ese proceso duró 6´28” y 0,26 céntimos de euro.
Si, ya sé lo que me vais a decir. Yo preparé un acompañamiento para tres comensales y en un restaurante se sirven muchísimos más. ¿Y aún así eso los justifica? ¿Realmente es más importante la rapidez y el uso de esos productos para salir del paso (como ese tipo de patatas, los champiñones de bote, las zanahorias baby, los guisantes de lata, la salsa de tomate intragable que ponen con los spaguetti, la lechuga iceberg…) que el buen hacer, la profesionalidad, el esfuerzo y la satisfacción diaria que todo eso supone y que ayudan indiscutiblemente a diferenciarse – obviamente si quieren, claro – de todos los demás bares de su calle?
Uno de los episodios más patéticos que he tenido que sufrir relacionado con este tema ha sido cuando en una tapería – que he decidido olvidar – se me ocurrió pedir unas patatas al ali oli. Mi sorpresa fue morrocotuda al ver que en aquel cuenco de diseño había unas decaídas, pálidas y vergonzosas patatas congeladas salpicadas – como si hubiesen utilizado spray – por una inexistente salsa.
– Perdona, ¿ésta es vuestra tapa de patatas? le pregunté a la camarera.
– Sí, sí que son, al ali oli, como pediste…
– Ya… pero éstas son congeladas.
La camarera se me quedó viendo como queriendo deducir hasta donde quería llegar.
– Espera un minuto que pregunto en cocina…
Cuando volvió a mi mesa me respondió con contundencia:
– Tienes que perdonar, las patatas se nos han acabado por lo que nos hemos visto obligados a servirlas así.
– Ahhh, ya… conseguí responder.
Y se marchó tan contenta como vino.
Ufff, sí es que así no se puede, oiga!!