De Lima a Limón

Crítica – cítrica


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EL CHURRIÓN… de pinchos y vinos en Maluenda

La vendimia está empapada por las lluvias continuas; aunque quieras, tabernero, no puedes vender vino puro . Marco Valerio Marcial, poeta bilbilitano del s. I y especialista en vinos.

Cuando naces en tierra de vinos, pronto notas por el color y el sabor si un vino es bueno, malo o regular y si merece la pena colorear la gaseosa para comer, beberlo con cuidado y mimo o servirlo como aliño en la ensalada. Hoy nos desplazamos a Maluenda, a 7 kms de Calatayud dirección Teruel, corazón de la Denominación de Origen ‘Calatayud’, en el oeste de Aragón para visitar uno de los bares con más solera del Bajo Jiloca.

Como le ocurría a mi paisano Marcial hace tan sólo dos milenios, que se quejaba de que en Roma, solamente le servían vino aguado, a un servidor de ustedes le pasa lo mismo cuando se encuentra en la villa y corte y es que el vino debe tener el color y el sabor de la sangre, ser espeso y sabroso, con más graduación que menos, y con al menos cincuenta años de cepa vieja de garnacha, para que, acompañado de sus correspondientes pinchos, llegues a casa sin gana ninguna.

En esta comarca crecen variedades de uva de todo tipo rosados claretes, blancos macabeos y tintos que se traducen en  Baltasar Gracián (Miedes de Aragón), ‘Langa’ (Calatayud), ‘Armantes’ (Cervera de la Cañada) o el ‘Castillo de Maluenda’ (Maluenda). Una visita obligada para conocer más sobre todos estos productos es el Museo de la Denominación de Origen situado dentro del mismísimo Parque Natural del Monasterio de Piedra, visita obligada en esta zona.

Y si hablamos de pinchos en Maluenda eso siempre ha sido cosa de churriones. Hace cinco décadas ya existían dos tabernas regentadas por María la Churriona y su hermano José el Churrión que se especializaron en pinchos de vinagretas: pepinillos, cebolletas, olivas y guindillas con todas sus variantes y añadidos anchoas, boquerones, pimientos asados, atún o huevo duro, siempre cogidos con un palillo y siempre en bandejas en la misma barra, para que el que va de pinchos pueda coger el que guste sin preguntar. Hoy habría que añadirles los pequeños bocadillos de jamón o de sobrasada y los pinchos de queso untado o jamón batido (jamón muy picado con mayonesa) y ya tendríamos el surtido completo.

Tras un par de años cerrado, este mismo mes abrió la cafetería-panadería El Churrión en la Plaza Alta de Maluenda, con un nuevo local reformado adaptado para carritos y sillas de ruedas, con los pinchos de siempre y ahora como novedad con horno de pan (con distintos tipos de pan) y algo de repostería (aunque no mucha) y terraza en la plaza.

El precio es barato, un par de cañas o vinos tintos y cinco pinchos a gusto por 7 euros  sales más que servido. Le otorgaría lima y media por la calidad del producto y el precio. Le fallaría que no tiene menú del día y que con los pinchos, si no vas bien acompañado y hay buena conversación, se acaba muy pronto. Aunque como dijo una vez nuestro también paisano bilbilitano el filósofo y escritor Baltasar Gracián: Lo bueno si breve, dos veces bueno y lo malo si breve, menos malo.

Consejo Embidioso: Si vas a Calatayud, NO preguntes por la Dolores. Están hasta los mismos.

Cafetería-Panadería El Churrión, Plaza Alta 2, 50340 Maluenda (Zaragoza)

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I ESCAPADA LIMONERA… destino Salamanca

Hoy inauguramos una categoría que tiene grandes papeletas para convertirse en nuestra favorita… Escapadas Limoneras. Una maravillosa excusa para encontrarnos con amigos limoneros de todo el mundo mundial, hacer turismo y conocer los encantos gastronómicos locales de los que tanto presumimos y que tanto echamos de menos cuando salimos del terruño.

Barajábamos muchos destinos pero la buena fama del sherpa local que allí nos esperaba, la gran fama de la ciudad en cuestión y, no lo voy a negar, el hecho de que a mis años aún no la hubiera visitado nos llevaron inequívocamente a Salamanca.

Salimos de La Sierra de Madrid a las 9 de la mañana y a eso de las 11 ya teníamos puesto el pie en tierras charras. Es un camino agradable y que cuando empieza a cansar ya se ha terminado.. Lo más sorprendente fue ver todos aquellos prados verdes cual Cantabria, se ve que este año lluvioso no ha perdonado ni en Castilla.

Arrancamos el recorrido rumbo a la plaza Mayor pero justo antes de llegar, nos encontramos con el Mercado y no pudimos resistirnos a su visita obligada. De ahí pasamos a la plaza Mayor, la Catedral, la Casa de las Conchas, subimos a la torre de la Clerecía donde alucinamos con las vistas de todo Salamanca y volvimos junto a nuestra guía al punto de partida, donde nos esperaba Chamo dispuesto a demostrarnos punto por punto las riquezas gastronómicas de su ciudad, desde los bares de toda la vida, a los famosos pinchos del Van Dick pasando por los gastrobares más modernos e innovadores…

Es cierto que los pinchos de Salamanca están más pensados para cenar que para comer y además nos consta que tienen unos muy buenos restaurantes, pero nuestra idea era probar el mayor número de cosas posibles y aguantamos el tipo.

La primera visita fue al Cervantes, uno de los lugares de toda la vida, donde quizá los pinchos no sean los mejores del mundo, pero la decoración y sus vistas lo convierten en una primera caña imprescindible.

De ahí fuimos al iPan iVino (pronunciado a la española según la camarera) un «gastro bar» que lleva poquito tiempo abierto, con unos pinchos con nombres muy sugerente que rondan el precio de 3 euros .. Muy mono, muy rico el vino de garnacha y una carrillera al Martini deliciosa pero unas micro alcachofas y un secreto ibérico demasiado frío que decían a gritos que aquello era un buen comienzo, pero que tal y como rezaba el cartel del local, todavía estaba en prácticas.

La tercera estación fue en un clásico, el Bambú, aunque visto por primera vez nunca lo diríamos, digamos que son los riesgos de dejarle tu bar cotrañoso a un decorador. Entre que parecía un congreso de Despedidas de soltero y que el chorizo prometía repetir los tres días siguientes escapamos a la cuarta estación.

Para artículo - los decoradores del futuro

El Cuzco, de la sesión matinal mi favorito, otro gastrobar pero con más experiencia que el primero al que fuimos, por lo visto los dueños son los hijos de una familia del gremio de toda la vida y quisieron darle su toque 2.0. , lo importante, la hamburguesa de morcilla con cebolla caramelizada estaba de muerte igual que el foie y los precios eran razonables, unos 3,50€ por persona bebida y pincho.

Tras un paseo por el Tormes con sesión de fotos limoneras incluídas, llegó la hora del café y nos llevaron al sitio más bonito de Salamanca, la Casa Lis, el único museo Art Nouveau y Art Deco  Un precioso palacete restaurado que encontró el museo perfecto.

Vencimos el cansancio tirados en el cesped de la plaza de Anaya, estuvimos en la cueva donde cuenta la leyenda que el Demonio adoctrinaba a sus discípulos, encontramos a la rana, al astronauta y al ciervo, pedimos un deseo en el pozo de Calixto y Melibea pero nos faltaba algo sin lo que no nos podíamos volver para Madrid, la zona de Van Dyck.

Desde el centro andando se tardan unos 20 minutos, nos dicen que fueron unos cines los responsables de aquel asentamiento, nosotros no sabemos qué fue antes, si el huevo o la gallina, lo cierto es que es una zona para perderse, un barrio con pinta residencial donde los bares compiten entre ellos por ofrecerte el mejor pincho con tu consumición. Puedes encontrarte de todo: hamburguesas, huevos rellenos, rabas, el cajón de sastre de la especialidad de la casa e incluso comida mexicana o portuguesa en versión pincho. Una opción barata (unos 2 euros bebida + pincho) que atrae a todos y, especialmente, a los miles de universitarios que ambientan la ciudad.

Por desgracia era tarde y tocaba emprender la vuelta a casa, coger el coche ya no apetecía tanto y quedarse allí, viendo cómo habían volado las horas apetecía mucho más, de ahí nuestro consejo, desde Madrid Salamanca es asumible como excursión de un día pero pide a gritos una escapada de fin de semana.

Doce horas de escapada limonera, un tipo encantador que nos guió de maravilla de pincho en pincho, una ciudad preciosa y cuidada, una gastronomía más que recomendable y un par de tareas pendientes para siempre tener que volver. Dos limas ganadas a pulso.