Esta semana me tocó viajar a un pueblecito abandonado en la provincia de Soria, casi en la Rioja, Villarijo. Intenté planificar a conciencia la ruta para no jugármela con el azaroso método de ver si hay muchos camiones en el aparcamiento pero sobre todo, para evitar a toda costa la maldición del viajero por carretera: los infames Autogrill y sus tapadillos como el “Asador el Enebro”. He comido demasiados bocatas de jamón insípido, croissants elásticos como un pulpo crudo y lonchas de bizcocho casi transparentes a precio de oro, como para picar de nuevo en esa trampa.
Después de unos cuantos kilómetros toca la primera parada a media mañana en el Casa Goyo (Saúca). Un restaurante pequeño, a dos kilómetros de la autovía, con estufa de leña en el centro y una carta honesta, breve y contundente.
En Castilla el cerdo es el rey y, en Casa Goyo, su mejor representante es el torrezno. Así que pido dos aunque con haber pedido uno hubiese bastado (Refresco y dos torreznos 3 euros). Salgo de allí con el firme propósito de volver para probar el contundente menú de 9 euros y pensando que tal vez haya probado los mejores torreznos de mi vida.
Casi tres horas después llego a San Pedro Manrique, la población más cercana a nuestro pueblo abandonado. Por el camino veo varios restaurantes cerrados, de esos que sólo abren los fines de semana, y me entra mala espina, es miércoles, se acerca la hora de comer, San Pedro no llega a los 600 habitantes y San Google no ayuda mucho en entornos rurales. Por lo que tuvimos que recurrir a la sabiduría popular y como “preguntando se llega a Roma” descubrimos que también se llega a la Pensión Pili que para más datos castizos está entre el colegio y el cuartel de la Guardia Civil.
No es un sitio lujoso, se trata de una pensión que tendrá unos 60 años pero con un restaurante limpio, pequeño y bien reformado. El servicio es un poco lento, pero tampoco había prisa y son encantadores y muy familiares. Se impone el menú del día (9 euros), así que arranco con una sopa castellana ideal para el día lluvioso, abundante, muy sabrosa y con huevo de auténtica gallina y jamón como los de antes.
De segundo, secreto ibérico, con su sal gorda, unas finísimas patatas fritas caseras que parecían de bolsa a primera vista y resultaron una maravilla al probarlas y un pimiento rojo. El secreto estaba sabrosísimo, jugoso y tierno, muy lejos de ese cerdo con sabor a pollo al que nos estamos acostumbrando. Como el resto de comensales ya habían dado cuenta de los postres elaborados por la casa, me conformé con un café.
De ahí al pueblo abandonado y vuelta a Madrid, breve pero suficiente para disfrutar de sus bonitos paisajes incluso en un día lluvioso pero sobre todo, para darnos cuenta de que aunque haya ida y vuelta en el día, es posible salir de la rutina prefabricada de las cadenas de estaciones de servicio y convertir los traslados en viajes de lima y media.
mayo 17, 2013 en 1:23 pm
Que hambre me entra siempre con vuestros post. Todo está buenísimo!!
Lo describís muy bien…
mayo 20, 2013 en 1:10 pm
Muchísimas gracias! Qué amable 🙂