Hace unas semanas en De Lima a Limón nos escapábamos a Salamanca. Hoy nos vamos un poquito al noreste, justo hasta Valladolid. Tierra de buenos vinos y mejores carnes.
Valladolid, con sus más de 300.000 habitantes, es una clásica ciudad castellana: tiene su plaza mayor, su catedral, su festival de iglesias, sus patios donde a uno le entran ganas de hacerse el espontáneo y empezar a recitar a Lope de Vega… Pero sobre todo, es una ciudad para comérsela y volver, volver todas las veces que haga falta.
Nuestro amigo tuitero @mediotic nos hizo un par de recomendaciones que no nos debíamos perder, y como somos limoneros bien mandados no fallamos. El primero de ellos era el Campero, un lugar famoso por sus montados, pinchos morunos (2,50€) que los locales embadurnan en mostaza al estragón y las salchichas castellanas… Todo un paraíso de gastronomía colesterolera en un bar peculiar estilo patio andaluz, pequeñito, con el techo cubierto de parra y hasta un pozo!
La segunda parada fue en el Postal, otro local chiquinino, reformado, que se esconde tras el mercado y está lleno de productos leoneses, desde un queso de pollos (4€) delicioso, a una cecina recién cortada (4,40€) que quitaba el sentido. Nos quedamos con pena de no probar la torta Cañarejal, un queso parecido a la torta del Casar que debe tener bastante éxito porque cuando llegamos ya no quedaba. El local lo regentan dos hombrecillos ataviados con mandil y escoba, rápidos, limpios y secos a partes iguales y que si llevasen gorra serían la viva imagen de los Mario Brós.
La última parada del día fue el Corcho, famoso por sus croquetas y torreznos y fácil de reconocer, sólo hay que buscar al camarero de la competencia que enfurruñado merodea al único local lleno preguntándose cual ex marido abandonado que tendrá el otro que no tenga él.
En Valladolid siempre coincide bien porque vayas cuando vayas… siempre hay algo. En este caso, un Festival de teatro callejero que hacía que te perdieras donde te perdieras aparecieras en una plaza llena de actuaciones, música y danza.
Al día siguiente cogimos el coche y nos plantamos en Simancas, un precioso pueblo a unos 10 minutos de la capital. Uno de esos sitios donde han hecho las cosas bien y hasta los carteles de Cocacola guardan la esencia del lugar. Después de visitar el Castillo, la iglesia y la muralla buscamos donde comer… El hecho de que en Las Tercias oliera a brasa eliminó de un plumazo a toda la competencia… Y acertamos. Hacía mucho que no me encontraba con unos camareros tan sumamente encantadores!
Incluso siendo domingo tenían menú del día… Alcachofas con jamón y entrecot 15€, cuando veo que me hicieron caso cuando lo pedí casi crudo se me saltaron las lágrimas. Eso sí, no podíamos irnos sin probar la especialidad local, el lechazo al horno (18€) nos pusieron el costillar y nos avisaron que sólo lo habíamos comido bien si el perro les miraba mal cuando le dieran los huesos… Creo que cumplimos con la misión.
En resumen, limas , limas y más limas… Unos precios algo generosos de más en algunas ocasiones y un ambiente peculiar donde se confunden las cantidades industriales de almidón de las camisas con los pinchos de acero y las coletas. En todo caso, un lugar recomendable para ir e imprescindible para volver.
junio 10, 2013 en 1:03 pm
Eh, eh, eh EEEEEEEEHHHHH!!!
Un respeto a Don Ángel el de El Postal, que la tenemos xDD
Veo que me habéis hecho caso y además os ha salido más económico que si hubierais ido a lo mainstream 😛
junio 10, 2013 en 1:08 pm
Somos limoneros «Bienmandaos» 🙂
Gracias muchas por todo!