Últimamente los limoneros estamos muy agradecidos… no hacemos más que ir a sitios que nos tienen buena pinta y nos acaban encantando, o peor aún, a sitios que ya conocemos y que de antemano sabemos que nos van a encantar (y entendemos que a vosotros también). Hoy no, hoy damos limones.
Cuando en una misma semana dos personas diferentes te hablan del mismo lugar parece una señal inequívoca de que tenemos que ir a probarlo y allí que nos fuimos. El sitio en cuestión es el Bistrot del Instituto Francés de Madrid. Escondido justo enfrente del Tribunal Supremo y al ladito del Consejo General del Poder Judicial… con tanta judicatura de por medio no podíamos hacer una crítica injusta ni dejar de hacer justicia.
El edificio es de casita de muñecas, pintado de blanco roto, con los pasamanos de las escaleritas en azul añil, coqueto, cuidado y… pijo. El ambiente es una mezcla de estudiantes de los múltiples cursos del lugar, gafapastas y abogados con cierto estilo.
La cafetería restaurante está en la planta baja y tiene una terraza interior para el verano maravillosa. En esta época del año ya está cerrada pero para tomar un café en verano es una opción socorrida y aparente. El problema es que nosotras fuimos a comer… Hay dos opciones, elegir uno de los platos de la carta, super reducida con humus, hamburguesas, un par de ensaladas y poco más (no muy francés que digamos) o el menú del día de 12,50€ que venden como un menú de comida internacional.
Elegimos el menú, en ningún lugar te lo anticipan, te lo cuenta el camarero cuando ya estás sentado en la mesa y no hay marcha atrás… lo cual si fuera bueno, tampoco tendría mayor problema, todo hay que decirlo. De primeros nos ofreció una ensalada, un consomé de pollo o tabulé de segundos sólo nos dejaron elegir entre pastel de cabracho y raviolis de queso azul.
Ni el consomé ni la ensalada nos parecieron suficientemente aparentes así que nos tiramos de cabeza al tabulé, aspirante a rico, pero salado y sin demasiada gracia. De segundos (que más bien eran primeros) hemos de reconocer que el pastel de cabracho estaba bueno… aunque la manía de abusar del tomate solis no tiene gracia, que se nota! Los raviolis estaban ricos, fuertes, un poco cocidos de más y otra vez, salados.
Las raciones eran escasas, las natillas y el yogur con miel mala de postre eran excesivamente dulces, el menú sería aceptable si fuera barato y 12,50€ no se puede considerar barato (con agua del grifo y sin café), y lo peor de todo, las expectativas, cuando uno va a un Bistrot espera algo francés y esto sólo era un local modernillo con aspiraciones de más, con camareros bordes y donde sólo faltaba la reducción de vinagre de módena para completar el cuadro. Por todo eso, un limón y medio.
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