De Lima a Limón

Crítica – cítrica


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Una de cine limonero: De Lunchbox y Chef

Hoy nos damos al cine limonero, porque la gastronomía se ha puesto tan, tan de moda que se ha colado hasta en las salas de cine. Y no sólo con las caras y maltrechas palomitas. Ni con los horrendos nachos bañados en esa margarina fundida que llaman queso. Sino como temática principal… los abogados están en declive, larga vida a la gastronomía.

18313-series-headerEn este capítulo, os traemos un megamix de dos pelis. La primera el The Lunchbox, lo que en castellano sería, la tartera, en cristiano el Tupper y en lenguaje de traductor e «interpretador» Amor a la carta. Cine de la India. Bien rodado, con un guión delicioso, realista pero no desgarradora.

La peli nos habla de los Dabbawalas, unos repartidores de tuppers en Bombay, que han llegado a ser estudiados por Harvard como uno de los sistemas de reparto más eficientes del mundo. 5.000 Dabbawalas reparten cada día unos 130.000 Dabbas (tuppers) y su margen de error está por debajo del 1 por millón. Ni Amazon, ni FedEx, ni siquiera, la T4 de Madrid Barajas Adolfo Suárez Aserejé, tienen tanto acierto. Por las mañanas las mujeres hacen la comida, la meten en un tupper, con su portatupper y el Dubbawala de su zona se encarga de que a su marido le llegue a su puesto de trabajo a la hora de comer, calentito. Creo que los fabricantes de microondas están pensando en nombrarlos personas non gratas.

Dicen que los Dabbawalas sólo se equivocan en las películas, y sin ese error, no tendríamos The Lunchbox. Una peli que mientras nos describe dulcemente la soledad, nos hace salivar con unos platos apetitosísimos. Nos hace reir con una tía que es sólo voz en off, capaz de detectar que a un plato le falta una especia por el olor que le llega hasta el piso de arriba y nos hace disfrutar tanto como para que se lleve tres limas.

Por otro lado está Chef. Un cartel de lujo para una peli insípida y predecible como un happymeal. Robbert Downey Jr., Carl Casper, Scarlett Johansson… Una fortuna en cachés para dar vida a un cocinero ahogado entre las cuatro paredes de un restaurante, con peor humor que Chicote y con una familia desestructurada… Podría temer haceros un spoiler, pero el propio cartel de la película te desbarata la poca sorpresa que pudiera tener.

En fin, que me veo a quien vendió el guión…

«- Tengo una peli que lo va a petar.

– y qué lleva?

– Pues lleva… famosos, gastronomía, un chef cabreado, tías buenas, un reencuentro con un hijo, final feliz y muchas, muchas redes sociales.

– Compro.»

Lo mejor que os puedo decir de ella es, que se deja ver, que tiene una banda sonora bien buena… y que yo antes de morir quiero recorrerme medio Estados Unidos a bordo de una FoodTruck.

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LA CASA DEL CARMEN… limoneando un estrella Michelín (I parte)

Hace tiempo que queríamos ir a este restaurante, “sólo” llevan tres años abiertos y sus críticas son realmente buenas. Así que ahí nos plantamos un grupo de cinco en el que dos ya habían estado con anterioridad, justo tres días después de haberse anunciado la estrella Michelín, que se nos adelantó.

La Casa del Carmen es un restaurante llevado por un joven chef, Iván Cerdeño, que ha pasado por varios sitios, entre ellos el mejor restaurante del mundo, Can Roca, y sobre todo por El Bohío,(sí, el del jurado de Masterchef). Hacen una comida tradicional muy trabajada, modernizada, tratando muy bien la materia prima.

Está en la vía de servicio de la “carretera de Toledo”, a la altura de Olías del Rey, un sitio donde no lo esperas, pero que hace que sea muy fácil de acceder y, sobre todo, de aparcar. Entramos y por dentro es un lugar bastante acogedor, aunque no le vendría mal un repaso para dejarlo a la altura de su cocina, tiene detalles digamos que “son mejorables” (empezando por las plantas de plástico, muy prescindibles). Cuenta con varias salas, terraza para verano y una pequeña barra donde esperar al resto del grupo tomando una cerveza  (un plan irrechazable).

A la hora de pedir la cerveza nos llevamos una mala sorpresa. Nos ofrecen dos tipos de cervezas comerciales y no precisamente de las mejores. Tradicionalmente, en los restaurantes se ha valorado la carta de vinos, pero hoy en día se hace imprescindible que esa riqueza de sabores llegue también a la oferta de cervezas, incluyendo cervezas artesanales,  imperdonable teniendo tan cerca microcervecerías como Sagra y Domus. Finalmente nos resignamos a la oferta disponible y nos las tomamos con unas aceitunas muy bien aliñadas. Llegan los rezagados y pasamos a la mesa.

La sala es amplia y tranquila, aunque poco a poco se irá llenando. La carta tiene muy buena pinta y dos opciones de menú degustación: uno “clásico-tradicional” (30 euros) y otro de “temporada” (50 euros) que se puede completar con un maridaje con vino (20 euros), que sirven a mesa completa para 5 personas máximo. Entre semana no suelen trabajar el menú degustación, así que lo mejor sería avisar con tiempo.

Aquí una anotación especial para vegetarianos. Avisando con tiempo se ofrecen a adaptar el menú degustación para que sea apto para vegetarianos (por la opción vegana no llegamos a preguntar) algo que es muy de agradecer ya que otros restaurantes “estrellados” no están dispuestos a hacer un esfuerzo de este tipo.

Nos decidimos por el menú de temporada, sin maridaje ya que no somos especialmente aficionados al vino (otra vez se echaban de menos las cervezas artesanales). La carta de vino es amplia y completa, se agradece la presencia de vinos de la zona aunque tienen que mejorar la atención a la hora de recomendar un vino. Elegimos Tardeviñas, Ribera del Duero de Burgos y acertamos, suave y afrutado.

El personal de sala es amable y explica los platos con seguridad, aunque faltaba “pasión” a la hora de transmitir lo que íbamos a comer y en este tipo de cocina es algo esencial.

Otro elemento con un amplio margen de mejora es la vajilla y la cristalería, que está por debajo del nivel de la cocina (y no digamos de la estrella Michelín). La mayoría de los platos los sirven en vajilla blanca o de cristal (en muchos casos con golpes) y esto, irremediablemente, desluce el contenido. Aun así encontramos algunos elementos imaginativos como la utilización de cuadros de pared como bandejas (ese es el camino).

Pero vamos a lo importante, lo que nos había llevado allí y lo que nos encantó, la comida:

Comenzamos con una serie de aperitivos que fueron claramente de menos a más. En primer lugar arenque aliñado y pepino, suave pero sin ser muy novedoso; bombón helado de sangría, sorprendente y refrescante; crujiente de camarones y algas, que era poco más que un pan de gamba insulso. Continuamos con el bocata de paté de caza, sabor intenso y nada pesado; con  la ensalada de lomo de orza, rica, aunque la rúcula predomina sobre el resto de sabores, y con la tartaleta de salazones, tomate y rúcula que era muy delicada, pero algo en ella no me apasionó.

El  salto cualitativo llegó gracias al buñuelo de queso, que estalla en la boca con un sabor espectacular rematado por la albahaca, y sobre todo por la magnífica croqueta de jamón ibérico. Jamón a tope, súper cremosa, en su punto, empanado panko crujiente y sin romperse,… ¡pedimos otro plato de croquetas! ¡Y nos las pusieron! Algo que en otros restaurantes de menú degustación no habrían hecho por el «gran trastorno» que supone en los tiempos de una cocina.

Y para finalizar con los aperitivos, lo que a mí particularmente más me gustó, una espuma de gachas impresionante, muy bien acompañada por su compango (en forma de rollito vietnamita con vinagreta de curry con un puntito picante), ¡un plato redondo y muy cítrico!

Por ahora vamos muy bien, hemos abierto boca y han empezado a sorprendernos, pero son los platos principales los que se ganan las limas y se merecen una entrada propia. ¡El miércoles a las 12:30 os contamos el desenlace!

Continuará…