De Lima a Limón

Crítica – cítrica

LA CASA DEL CARMEN… limoneando un estrella Michelín (I parte)

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Hace tiempo que queríamos ir a este restaurante, “sólo” llevan tres años abiertos y sus críticas son realmente buenas. Así que ahí nos plantamos un grupo de cinco en el que dos ya habían estado con anterioridad, justo tres días después de haberse anunciado la estrella Michelín, que se nos adelantó.

La Casa del Carmen es un restaurante llevado por un joven chef, Iván Cerdeño, que ha pasado por varios sitios, entre ellos el mejor restaurante del mundo, Can Roca, y sobre todo por El Bohío,(sí, el del jurado de Masterchef). Hacen una comida tradicional muy trabajada, modernizada, tratando muy bien la materia prima.

Está en la vía de servicio de la “carretera de Toledo”, a la altura de Olías del Rey, un sitio donde no lo esperas, pero que hace que sea muy fácil de acceder y, sobre todo, de aparcar. Entramos y por dentro es un lugar bastante acogedor, aunque no le vendría mal un repaso para dejarlo a la altura de su cocina, tiene detalles digamos que “son mejorables” (empezando por las plantas de plástico, muy prescindibles). Cuenta con varias salas, terraza para verano y una pequeña barra donde esperar al resto del grupo tomando una cerveza  (un plan irrechazable).

A la hora de pedir la cerveza nos llevamos una mala sorpresa. Nos ofrecen dos tipos de cervezas comerciales y no precisamente de las mejores. Tradicionalmente, en los restaurantes se ha valorado la carta de vinos, pero hoy en día se hace imprescindible que esa riqueza de sabores llegue también a la oferta de cervezas, incluyendo cervezas artesanales,  imperdonable teniendo tan cerca microcervecerías como Sagra y Domus. Finalmente nos resignamos a la oferta disponible y nos las tomamos con unas aceitunas muy bien aliñadas. Llegan los rezagados y pasamos a la mesa.

La sala es amplia y tranquila, aunque poco a poco se irá llenando. La carta tiene muy buena pinta y dos opciones de menú degustación: uno “clásico-tradicional” (30 euros) y otro de “temporada” (50 euros) que se puede completar con un maridaje con vino (20 euros), que sirven a mesa completa para 5 personas máximo. Entre semana no suelen trabajar el menú degustación, así que lo mejor sería avisar con tiempo.

Aquí una anotación especial para vegetarianos. Avisando con tiempo se ofrecen a adaptar el menú degustación para que sea apto para vegetarianos (por la opción vegana no llegamos a preguntar) algo que es muy de agradecer ya que otros restaurantes “estrellados” no están dispuestos a hacer un esfuerzo de este tipo.

Nos decidimos por el menú de temporada, sin maridaje ya que no somos especialmente aficionados al vino (otra vez se echaban de menos las cervezas artesanales). La carta de vino es amplia y completa, se agradece la presencia de vinos de la zona aunque tienen que mejorar la atención a la hora de recomendar un vino. Elegimos Tardeviñas, Ribera del Duero de Burgos y acertamos, suave y afrutado.

El personal de sala es amable y explica los platos con seguridad, aunque faltaba “pasión” a la hora de transmitir lo que íbamos a comer y en este tipo de cocina es algo esencial.

Otro elemento con un amplio margen de mejora es la vajilla y la cristalería, que está por debajo del nivel de la cocina (y no digamos de la estrella Michelín). La mayoría de los platos los sirven en vajilla blanca o de cristal (en muchos casos con golpes) y esto, irremediablemente, desluce el contenido. Aun así encontramos algunos elementos imaginativos como la utilización de cuadros de pared como bandejas (ese es el camino).

Pero vamos a lo importante, lo que nos había llevado allí y lo que nos encantó, la comida:

Comenzamos con una serie de aperitivos que fueron claramente de menos a más. En primer lugar arenque aliñado y pepino, suave pero sin ser muy novedoso; bombón helado de sangría, sorprendente y refrescante; crujiente de camarones y algas, que era poco más que un pan de gamba insulso. Continuamos con el bocata de paté de caza, sabor intenso y nada pesado; con  la ensalada de lomo de orza, rica, aunque la rúcula predomina sobre el resto de sabores, y con la tartaleta de salazones, tomate y rúcula que era muy delicada, pero algo en ella no me apasionó.

El  salto cualitativo llegó gracias al buñuelo de queso, que estalla en la boca con un sabor espectacular rematado por la albahaca, y sobre todo por la magnífica croqueta de jamón ibérico. Jamón a tope, súper cremosa, en su punto, empanado panko crujiente y sin romperse,… ¡pedimos otro plato de croquetas! ¡Y nos las pusieron! Algo que en otros restaurantes de menú degustación no habrían hecho por el «gran trastorno» que supone en los tiempos de una cocina.

Y para finalizar con los aperitivos, lo que a mí particularmente más me gustó, una espuma de gachas impresionante, muy bien acompañada por su compango (en forma de rollito vietnamita con vinagreta de curry con un puntito picante), ¡un plato redondo y muy cítrico!

Por ahora vamos muy bien, hemos abierto boca y han empezado a sorprendernos, pero son los platos principales los que se ganan las limas y se merecen una entrada propia. ¡El miércoles a las 12:30 os contamos el desenlace!

Continuará…

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